lunes, 11 de julio de 2016

CAPITULO 5

ESTELA

Mi vida desde la visita de Dreed había cambiado, pues desde entonces, los años han pasado en el tiempo pero no sobre mí, no crecía, no envejecía, mi rostro seguía igual.
A veces, escondida donde nadie pudiera notar el peligro de mi especie, he escuchado a la gente hablar sobre las profecías del ser en que me he convertido. Las leyendas cuentan que los vampiros son los discípulos desterrados del infierno por el Diablo y, que algún día, ya sea dentro de miles de años o mañana, una profecía redacta que en la guerra que se avecina entre cielo e infierno, todas aquellas criaturas que alguna vez defraudaron la lealtad del Diablo, serán acogidas por un líder hallado en un planeta resucitado por el instinto de lucha, un planeta que hace años murió y tiene sed de venganza en contra del infierno.

Si esto fuera real, pues que así sea, que ese líder nos acoja en su planeta para ganar a la oscuridad más calculadora, más fría y más horrible que jamás los ojos de una persona hayan visto. No hay cosa en tantos años de nuestra existencia que más ansiemos y necesitemos, que la muerte de todo aquel que ayude al jefe del infierno.

Mientras leía en libros del latín antiguo e intentaba descifrar algún conjuro que pudiera librar mi cuerpo de este ser inmundo en el que me había convertido...mis sentidos se pararon y mi mente se quedó en blanco.
Cerré los ojos y en mi cabeza comenzaron a sonar los latidos de un corazón que no era el mío, un latido que estaba cerca quizá a dos calles de mi casa, que bombeaba sangre y la disparaba por todos lados. El corazón estaba a cien por hora, asustado.

-¡Otra vez no, por favor!.-Grité y me tapé fuerte los oídos.

Fue en vano, no eran ellos los que escuchaban, era mi cabeza, repartiendo cada latido por mi cuerpo, haciendo que mi bello erizara y que las venas se me hincharan.
Enloquecí y acabé perdiendo el control, había dejado de ser yo para convertirme en el monstruo que era.

Comencé a andar y abría las puertas bruscamente hasta salir a la calle. Me quedé quieta hasta que por fin volví a escuchar ese latido, cada vez agudizando más su sonido y cercanía. 
Mi sed y mis nervios crecían y crecían hasta que, al doblar la calle, lo encontré.

Sólo era un chiquillo, no tendría más de ocho años y se encontraba perdido en un callejón y llorando por no encontrar a sus padres.
Mi instinto no me permitió tener compasión a pesar de haber luchado contra él.

Me acerqué en silencio hasta llegar al cuerpo del muchacho y, cuando sintió mi presencia, se giró, mirándome a los ojos más asustado que nunca.
Yo no las veía, pero sabía que mis pupilas estaban dilatadas y que mis dientes eran lo suficientemente afilados como para aterrorizar a cualquiera.

-¿Estás asustado, niño?.-Dije repulsivamente.
Este, comenzó a llorar, gritando a todo pulmón a sus padres.

-Tus padres están lejos.-Dije y, al igual que un asesino, mi instinto psicópata hizo que agarrara su fino y suave cuello y lo empujara contra la pared de un contenedor.

El niño lloró una última vez, hasta que clavé mis putrefactos dientes sobre su cuello y...sobre el resto de su cuerpo, absorbiendo cada gota de sangre como el que bebe una cerveza fresca al llegar de un día duro de trabajo.

Una vez que terminé, mi sed se sació, mis pupilas y mis dientes volvieron a ser normales y los latidos pararon de sonar en mi cabeza.
Cuando pude ver lo que había hecho, me llevé las manos a la cabeza y, horrorizada al ver el cuerpo destrozado, caí al suelo, agarrándome las rodillas y llorando sobre ellas.

Oí las sirenas de un coche de la policía acercarse al lugar. Alarmada, más temiendo por sus vidas que por la mía, la mayor estupidez del mundo, se me pasó por mi cabeza.

Desde que me convertí en vampiro, había secretos de mi especie que desconocía. 
Una noche, hallé a un dotado que tenía el cuerpo de un ser querido en sus manos y hablaba entre lágrimas de que un vampiro lo había convertido.
Estuve una hora escuchando su historia y explicándome cómo realizó el ritual aquel vampiro.

No me quedaba otra, aunque ese muchacho no iba a tener la mejor vida del mundo, al menos tendría otra segunda oportunidad.

Cogí un pequeño trozo de cristal que había en un lado del suelo e hice una pequeña raja en mi brazo y otra en la del cuerpo sin vida del niño.
Cuando la sangre empezó a salir de ambos cuerpos, junté nuestros brazos haciendo que esta se mezclara, haciendo que mi sangre tuviera una toma de contacto con la suya.

Cuando acabé y escuché a la policía doblar la esquina de la calle, salí corriendo, avergonzada del acto que acababa de realizar.
Mientras llegaba a casa, pensaba en que bastaba con media hora para que ese niño abriera los ojos y se convirtiera en el ser más repugnante que pudiera haber visto.
Bastaba media hora para que sus instintos al completo cambiaran desde el de un niño, al de una máquina de asesinar.

Le pegué una patada a una piedra y, cuando llegué a casa, una furgoneta esperaba al lado de la puerta, como si estuviera vigilando los acontecimientos que ocurrían por mi hogar.

Asustada, corrí hacia dentro y subí hasta la habitación de mi hermana, donde la sombra de un hombre se encontraba a los pies de la cama de Boonie, tapando su boca con una mano para que no gritara.
Esta me miró aterrorizada, sus ojos decían que corriera pero, en ese momento, mi cuerpo se quedó clavado en el suelo y yo no sabía como reaccionar.

-Shh,-Dijo la sombra y, como si los muertos hubieran salido de las tumbas, revolviéndose por el cielo, miles de sombras como la de él, comenzaron a moverse por la habitación.

-¡Boonie!-Grité cuando esta era arrastrada por una de esas horribles criaturas hacia la ventana.

En vano me sirvió correr a por ella, pues la sombra de aquel hombre me había envuelto en su oscuridad, sumergiéndome en un desmayo.

Cuando desperté, me encontraban en un jardín, en un jardín que parecía estar situado en algún sitio paralelo a nuestro mundo.
Me incorporé y no hice más que mirar a lo que parecía ser un enorme castillo, o un enorme santuario, o algo parecido.



Una voz celestial, me hizo sentir pura, tranquila y protegida..consiguiendo que le intriga me llevara hasta dentro de aquel hermoso lugar.

domingo, 10 de julio de 2016

Capitulo 4

ANA

Miré una vez más por la ventana, observando la tranquila ciudad de Nueva York, dudando en que algún día pudiera atravesar estos muros para hacer algo más que aprisionarme en una habitación llena de agua sagrada.
Hacía ya años desde que escuché una historia marcada en siglos de pura realidad y sufrimiento. La historia narraba como un día los muertos se levantarían y caminarían todos en la misma dirección, en busca de una verdadera paz o, si fuera necesario, en busca de una venganza por un fallecimiento injusto.
Me han leído mil y una historia acerca de como revivir a los muertos, de cómo hacer del ingenio humano, una máquina de conjuros llenos de la añoranza, del egoísmo y del miedo que estos generan tras no asumir la muerte de un ser querido.
Como siempre se había repetido en el mundo, a los muertos hay que dejarlos descansar en paz
De todos estos hechizos, uno de ellos y el más poderoso también, fue empleado en mi.

Me llamo Ana, la muerte me encontró dos meses después de que mi madre, Isabella, me diera a luz.

Cuando nací, todo era perfecto, pues para los ojos de mis padres, su hija era la humana más bella del planeta y su amor hacia mí era más fuerte que el que pudiera haber marcado cualquier historia jamás escrita.
Pero pasados dos días, notaron algo raro a la noche. Mi respiración no era normal, me ahogaba e intentaba luchar por alcanzar el aire en cada momento.Como era de esperar, corriendo y asustados como nunca, me llevaron al hospital, donde la horrible noticia les hizo llegar...su hija había nacido sin un pulmón y el otro estaba dañado.

Cada noche, cada minuto, cada segundo, rezaron por mi vida a los pies de una cama velada por los mejores perfumes de flores, flores que los mismos habitantes de Nueva York entregaron para mostrar apoyo. Rezaron y rezaron sin descanso, suplicando a todos los dioses y ángeles que me salvaran.
Pasadas dos semanas, cayó el invierno, cayó la nieve haciendo perder las cosechas, cayó el duro frío y, tal y como todas estas pequeñas cosas, cayó mi vida.

Ese año fue duro para mis padres y para los ciudadanos, pues una inocente había muerto sin que la vida le diera una oportunidad.
Mis padres cambiaron, dejaron de trabajar, de rezar, de creer en dioses y ángeles. Estaban enfadados con ellos, no habían cumplido el deber de las plegarias y entonces ya no tenía sentido seguir rezando.

Un día, como muchos otros, mi madre rendida por la desesperación y la añoranza, buscó y buscó, hasta encontrar un libro sagrado, con un sello poderoso que avisaba de todo el mal que estaba aventurando al abrirlo.
Ella, sin pensarlo si quiera, lo abrió y echó mano a uno de los hechizos más poderosos y malditos que han sido escritos.
Arrancó la hoja y corrió hasta el cementerio, llegando a mi tumba y,agotada por sus lágrimas, reunió sus últimas fuerzas para exhumar mi cadáver.
Cuando consiguió todos los objetos dictados en el hechizo, pasó a leerlo en voz alta, mientras que en el cementerio se escuchaban los gritos de los muertos y del infierno alarmados por las palabras.
Terminó de recitarlo y, para la sorpresa de sus atormentados ojos, su hija, había empezado a respirar.
Sonrió y acto seguido, me cogió y me llevó a la casa.
Sacó de mi habitación todos los muebles y la llenó de agua bendita y del frío más intenso, un frío que ni el invierno había traído.
Me metió en el cuarto y cerró con llave, saliendo de él. 

Entonces, mi madre se sentó en uno de los escalones de la entrada principal y esperó sentada a que la muerte viniera a por ella; pues el hechizo que había lanzado sobre su hija, contenía una gran maldición y tal y como esto, un sacrificio, mi vida, por la suya.


La muerte llegó y no precisamente de una forma dulce, la muerte nunca te arrebata la vida de forma dulce en un sacrificio.

Desde ese día, hasta hoy, he crecido con esa horrible maldición, pues esa pequeña condición de poder volver a la vida constaba en que el fuego sería mi mayor enemigo, un enemigo que recorría cada litro de mi asquerosa sangre.
En ocasiones, he llegado a hacerme heridas a mí misma, cuando mi desesperación es fuerte, mi cuerpo quema tan rápido...que jamás logro controlarlo.
El agua es mi única amiga y....aunque con todas mis fuerzas quisiera salir de aquí, no quería, pues me daba miedo lo que pudiera hacer poniendo un pie fuera de esta habitación.

En un momento de frustración, mis ojos se inundaron de lágrimas y del cansancio del llanto quedé dormida. Cuando desperté, la habitación se hallaba en una enorme oscuridad y el silencio más incomodo del mundo invadió mi cuerpo.
Entonces...dos ojos blancos y luminosos se acercaron a mí susurrando mi nombre.

-Ana.-Dijo una horrible voz.

Una voz tan tranquila que daba miedo.

El miedo me impedía hablar hasta que al fin alguna palabra salía por mi boca.

-Fuera de mi habitación.

-¿Quieres salir de aquí?.-Dijo otra vez esa voz.

Los ojos rondaron hacia los míos, haciendo que mi bello se erizara en segundos.

-Por favor, vete.-Dije.

Fue el primer momento en el que me noté el fuego apagado en mi interior.

-Puedo sacarte de aquí, Ana.-Su tono de voz se elevó.

Me quedé tan parada, tan fría, tan sorprendida más por sus palabras que por su presencia, que cometí el mayor error de mi vida.

-Hazlo.-Le contesté armándome de valor.

La voz río más fría que antes y algo de luz volvió a asomar en la habitación.
La siguiente imagen fue horrible, era Satanás, mirándome fijamente con esos odiosos ojos blancos y reluciendo su asquerosa sonrisa.

-Entonces solo debes de hacer una pequeña cosa.-Dijo con tono de amenaza.

Tragué toda la saliva que pude.

-Entregaras tu vida a mi, Ana.
-Lo haré.-Contesté casi sin fuerzas.

Volvió a reír aquel ente mientras con sus garras oscuras acariciaba mis mejillas, dejando una marca de ellas y, bruscamente, acerco su boca en la mía, enredando su lengua en un beso que sellaría nuestro pacto.

Entonces, un horrible portal se abrió paso y me transportó a lo que parecía ser el infierno. El viaje fue horrible y casi no podía ni abrir los ojos a la luz de aquel espeluznante sitio, pues han sido bastantes años los que he pasado entre cuatro paredes.
 Satanás ya no estaba y sin su presencia me relajé.
Alguien agarró mi brazo y mi giré para mirarlo.

-Soy Hugo, antes de nada, que sepas que has cometido el mayor error de tu vida.-Me miró con la mayor compasión del mundo  y sin creerme que no estuviera prendiendo fuego a nadie, me llevó hasta una sala, en la que más ángeles como él me estaban esperando.

Capítulo 3

CELIA

No quise saber nada de los dioses desde que iba en pañales por mi casa, no quise saber nada del infierno ni del cielo...pero todo eso acabó cuando vi tallado mi destino por las palabras de mi madre.

Desde hacía años que las criaturas dotadas de mil y una virtudes, existimos. Hacía años que el cielo y el infierno se encontraba en una guerra peor que aquella en la que la gente perdía la vida en campos de batalla, o en manos de dictadores sin sangre, sin coraje ni valentía.
Nos encontramos en una guerra que tan solo unos pocos tenemos la suerte o, la desgracia de ver. Aquí las personas no mueren, pues todas están ya muertas.
No hay una parte buena para nadie, las criaturas como yo debemos intentar librar a los humanos de las garras de aquellas entes infernales a las cuales no pueden ver; pues, desde hace muchos siglos, incluso antes de que la Tierra se formara, ya había otro planeta, situado en un lugar remoto del espacio, que era muy parecido al nuestro, donde todos los fantasmas que la gente humana ve por las noches, son demonios que avisan de los acontecimientos de esta guerra fría.
Aquel planeta murió, consumido por las cenizas de una batalla ganada por la parte más oscura.
Las personas dicen que el demonio solo está en sus cabezas, que es una leyenda marcada por años de locura sembrada.

Aquellos y aquellas que se burlan de la muerte, cuando son alcanzados por esta, nunca descansan en paz, yo lo sé, yo los he visto y a algunos he salvado, pero a otros no.

Me encontraba en un punto crítico de mi asqueroso trabajo, tan crítico como el deber de matar a la sangre de mi sangre, a mi hermano, por el simple hecho de tener otro color de alas. Más crítico aún porque aquellos malnacidos que habitan en el infiero estaban decidiendo que esta guerra iba a ir más allá, que los demonios se transformarían en humanos y se esconderían entre ellos, para buscar el momento preciso y causar la destrucción sin temor a ser vistos.

-Entonces Dios, dime qué debo de hacer.-Dije levantándome del banco y mirando hacia su estatua.

En la Iglesia me sentía bien, no me interesaba nada, nada excepto su silencio puro y que podías hablar a una estatua sobre la guerra y los planetas sin parecer estar loca.
Por otra parte, este es el único lugar al que acudo cuando tengo miedo, cuando necesito rezar, cuando sé que ya no me queda otra cosa por hacer, porque sí, estaba asustada.

 A punto de salir de la iglesia porque sabía que mis plegarias no llegarían a nadie, un relincheo hizo que pusiera un pie en la calle.

Pocornio estaba allí, tan pequeño y tan inocente...mi precioso unicornio y mi precioso poni, era una unión de dos hermosas criaturas. Pocornio me eligió a mi, como cada pocornio elige a su ángel.

-Pocornio, ¡Ven aquí!.-Grité.
El abrió su enorme dentadura y relinchó, lo que parecía que se estaba riendo de mi. Pues me correteaba por la calle.

Algo lo hizo parar, algo proveniente de más allá del cielo.
Agarré su lomo y miré directamente a su ojos.

-Llévame hasta él, precioso.-Dije montándome encima suya.

Cabalgó a toda prisa, pasando por encima de las nubes y hasta llegar a la ciudad del Olimpo, aquella ciudad que solo era una leyenda pero que existe de verdad.


Cuando llegamos, me bajé de su lomo y miré la ciudad. Até a Pocornio y este me miró triste.
-Volveré, cielo.
Las puertas del Olympus se abrieron para mí y entré, dirigiéndome a la cámara de los mayores.
En el pasillo, blanco y celestial, cerré los ojos, acordándome del último asalto, donde estas paredes celestiales quedaron bañadas del rojo más intenso jamás visto.
Cuando llegué a la cámara, la sensación de tranquilidad, de estar en casa, me invadió.

-Celia, ángel mío.
-Zeus.-Dije.

Zeus, no hace falta hablar de él, todos lo conocemos, es uno de los Dioses de la cámara, Dios del tiempo, de los rayos, del cielo. Era mi querido Zeus.



-Hacía tiempo que no venías, veo que cada día eres más bella.-Dijo, con una voz profunda.
-Zeus, mi Pocornio ha sentido vuestra llamada, ¿Qué está pasando?-Asustada.

Cogió mi mano y me llevó en un suave paseo por los balcones de la cámara.

-Querida.-Acarició mi mejilla.-Nos estamos enfrentando a algo que nunca había visto antes y necesitamos prepararos como verdaderos guerreros.
-Pero...se supone que los ángeles no luchamos Zeus, los ángeles defendemos.

Asintió, duro como una roca.

-Y así es, mi ángel. Vais a defender por los humanos y por nuestro Olympus, pero para ello debéis luchar, luchar para no caer.-Dijo y acercó mi mano hacia una de sus cicatrices.

La acaricié lentamente, viendo en ella años de batallas.
Después, decidida, lo miré a él.

-¿Qué debo hacer, mi Dios?
Sonrió.
-Tienes que parar a tu hermano, quiere traer al mundo de los humanos uno de los demonios más peligrosos jamás vistos, para quedarse con sus almas y así agrandar el ejercito del Diablo.

Di un paso atrás y me quedé estupefacta.

-¿Y cómo quieres que lo pare?.-Dije preocupada.
 Agarró mis mejillas.
-Querida mía...sé que es tu hermano y lo quieres, pero este es su destino y el tuyo, debéis pelear entre los dos, para mantener vuestras tierras a salvo.-Cayó un momento invadiendo en sus ojos azules un tono de preocupación.-Solo puede quedar uno y por ello debemos prepararte como a la gran guerrera que eres.

Lo miré muy fríamente sin creer en sus palabras aún sabiendo que eran ciertas y salí de allí a los jardines exteriores, desesperada y tratando de pensar.
Miré al exterior, eran tan precioso estar en las nubes y contemplar el mundo desde los ojos de los Dioses que me costaba creer que pudieran llegar a tener tales pensamientos de guerra.

Si luchar era la solución para acabar con esto, entonces lo haría, pero, ¿Cómo? ¿Cómo le plantaría cara a mi hermano?
Estaba perdida, sólo me quedaba volver a rezar y así lo hice, ton todas mis fuerzas y esperando a que alguien o algo pudiera ayudarme.
Entonces, bajo mis piernas se creó un circulo blanco, seguido de un gran resplandor, que hizo levitar mi cuerpo e hizo transportarlo hacia un claro y hermoso jardín.

Era tan bello el lugar, que no cabía miedo en mi cuerpo, miré a todas partes, esperando a que algo ocurriera y, de repente, posó su mano en mi hombro, tan suave y tan tranquila.

-He escuchado tus plegarias.
-Eres Dios, ¿Verdad?.-Pregunté, mirando con alegría sus ojos.
-Soy parecido a él, pero no.

Me decepcioné y dí un paso atrás.
-Entonces...¿Quien eres?
-Era muy amigo de Dios y, siguiendo sus pasos, he venido a ayudarte.-Dijo extendiendo su mano para estrecharla con la mía.

Me quedé mirándole, como si estuviera mirando al ser más puro del mundo.
-¿Cómo te llamas?
-Soy Castiel y soy un ángel, un ángel desterrado.



Algo realmente esplendoroso despertó en mí en aquel momento.

Sin pensarlo, estreché su mano.
Él hizo muestra de una pequeña sonrisa y me hizo volver al Olympus.

martes, 5 de julio de 2016

CAPÍTULO 2

HUGO

Cuando abrí la ventana la noche se veía horrible, hoy sería uno de esos días en los que me iría a trabajar, sabiendo que volvería a casa con un enorme remordimiento de conciencia.
Antes de ponerme la capucha de mi chaqueta y salir de casa, miré hacia el suelo y una pluma negra yacía sobre este. No tenía brillo, no era elegante, había perdido su fuerza, tal y como a mi me iría pasando poco a poco.

Las calles estaban muertas y para no llamar la atención, tuve que caminar sobre callejuelas mugrientas, donde las tuberías de los bares daban paso a el agua sucia de los lavabos y el olor a parrilla.
Eran las 0:00 y desde fuera se podía escuchar la típica música de taberna y a los típicos borrachos pedir el cambio para jugar a las máquinas.

Hace un tiempo atrás yo fui hijo de un hombre así, el cual me dejaba sentado en una de las mesas mirando la tele, mientras él bebía cerveza y hablaba de sus malas hazañas con el tabernero.

Me llamo Hugo, hace unos cuantos años me enteré de que no era una persona normal, mi madre nos explicó a mi hermana y a mi que eramos diferentes a los demás, que teníamos un don. También nos contó que conforme los años fueran pasando, las cosas cambiarían, nuestros sentidos se agudizarían y todavía recuerdo mi cara cuando finalizó diciendo que llegaría un momento en el que los dos lucharíamos para matar al otro.

Soy un ángel, un ángel negro, soy un discípulo del Diablo y mi trabajo es cumplir sus mandatos sean cuales sean y sin importar mi opinión.
A veces odio ser lo que soy, en estos momentos lo odio, pero algo cambia en mi interior cuando debo de cumplir órdenes, dejo de ser yo y me convierto en algo malvado, en algo que todavía no he logrado entender.

Por otro lado, mi hermana es un ángel blanco, el más puro que hay, pues su misión es hacer que todos los bichos raros como yo muramos en un caldero del infierno con el Diablo. 
Su jefe y el de muchos más como ella es el gran Dios, o eso dicen.
A ratos la envidio porque ella jamás se siente malvada como yo, pero hay ratos que la odio porque piensa que todos los trabajos que Dios manda, son trabajos encargados por órdenes de una persona honesta y de buen corazón.
Lo odio, odio a Dios, porque sí existe de verdad, se parece bastante a su ex amigo Lucifer, lo único que desea es venganza contra él y nosotros. Sus ángeles no lo entienden, ellos piensan que todos sus mandatos están empleados para causar el bien.
Al menos el Diablo es sincero, es manipulador, asquerosamente malvado, sin corazón, calculador, asesino, pero, sincero sobretodo.

Respecto a mis padres, es fácil, mi madre era un ángel blanco y mi padre un ángel negro que acabó suicidándose un día después de llegar a casa tras uno de los trabajos.
Mi madre no tuvo más remedio que abandonarnos a nuestra suerte porque el Diablo la buscaba para obtener una explicación de lo ocurrido con su marido.
Todavía no sé si la llegó a encontrar y todavía no logro entender por qué mis padres se casaron y tuvieron hijos sabiendo las consecuencias que eso tendría.

Caminaba solo cerca de un río y finalmente, cuando llegué a su final, el bebé se hallaba en su cuna, esperándome a mi.
Me acerqué a él y saqué una pequeña navaja de mi bolsillo. Suspiré pensando una última vez en la mierda de ser que me estaba transformando y me hice un corte en la muñeca.
Dejé que mi sangre entrara en contacto con la saliva del bebé y este abrió sus ojos, unos ojos negros, solo negros, como los de un demonio.
Entonces el agua del río se separó, dando paso a un portal en el que posé mis pies y rápidamente desaparecí.

Adentrarse en ese portal era como esa sensación que recorre tu cuerpo cuando piensas que estas apunto de morir y sabes que vas a ir directo al infiero. Tu cuerpo arde y cuando notas que poco a poco se apaga...ya has despertado en otro mundo, dolorido y asqueado contigo mismo.

Jack me estaba esperando en el pasadizo, sujetando una vela y algo cabreado.

-Tío, te dije que no llegarás tarde.-Me dijo nervioso.

Me situé en el ambiente y cuando me levanté, agarró mi brazo y tiró de él para que le siguiera.

Antes de acercarnos a la gran puerta, Jack paró en seco y me miró con una expresión de preocupación.

-¿Has visto a un muerto?-Pregunté
-No, he visto al Diablo, que es peor.

Tragué saliva. 
Jack es un desafortunado ángel negro como yo, lleva muchos más años que cualquier otro ser al mando de los acontecimientos que ocurren al margen del infierno. Es el chivato de Lucifer, el confidente. 
Nuca ha querido decirnos como fue su antepasado ni como llegó hasta el infierno.

Me puse delante de la gran puerta y Jack me asintió dándome a entender que tenía que entrar, sus ojos azules daban todavía más sensación de pena de la que sus palabras daban.

Entré y todo estaba oscuro, no se veía nada y un gran silencio retumbaba en toda la habitación, un silencio incómodo, hueco.
Noté como la puerta se cerraba fuertemente y que mi cuerpo era atraído por algún ente mucho más poderoso que yo hacia lo que a mi tacto parecía ser una silla.
Tenía el corazón en un puño, nunca había tenido un encuentro como este.
Entonces, desde el fondo de la habitación, dos luminosos, asquerosos y terroríficos ojos blancos, comenzaron a acercarse hasta mi.

Pararon en seco y, de repente, su voz sonó, daba tanto miedo como yo recordaba.

-Hugo, me alegro de verte.-Dijo fríamente.

No sabía qué contestar, mis ganas de hablar habían desaparecido.

-Y yo a usted señor, perdóneme por llegar tarde, señor.

Los ojos retrocedieron dándose un paseo por la oscuridad de la habitación.

-He de encomendarte una misión.-Dijo aumentando la frialdad de su voz.- Ayuda a Lilith a quedarse con el alma de alguna niña para que tome el control sobre la ciudad de Nueva York, y,  una vez que lo haya conseguido, ella te acompañará en la búsqueda de Redreek.

Se me hizo un nudo en la garganta.

Lilith era algo más inhumano que el Diablo y cualquier ángel juntos, era otro tipo de Lucifer.
Es un Diablo que se adapta a la forma que más empatía y dulzura recoge a la gente...algo como los niños, los muñecos, los animales...
Después de haberse ganado el terror de estas personas, consigue su suicidio y tal y como esto, sus almas.

-Perdone señor, pero no quisiera trabajar con Lilith.

La habitación volvió a quedarse en ese silencio incómodo y comencé a sudar.

-Lo harás.-Contestó amenazante.

Redreek, por otra parte, era una fusión asquerosa entre un vampiro y un ángel que, desde hacía siglos, había causado el terror y la destrucción sin respetar el ámbito de vida entre cualquier dotado. Él era alguien al que por supuesto, no me daba pena matar.

-Señor, si de verdad eres nuestro amigo, no permitiríais que hiciera eso.-Dije aventurando mis palabras a un gran castigo.
-Yo soy de esos amigos que sería capaz de ayudarte hasta esconder un cadáver, eso sí, fállame y recuerda que se esconder un cadáver.

Paré de sudar para sumergir mi cuerpo en un escalofrío lleno de terror.

-Hugo, soy el Diablo y amigo cuando quiero. Ahora vete, Jack te acompañará hasta Lilith.

Y, de la misma forma que había entrado, los ojos blancos desaparecieron y a tientas en la oscuridad, me levanté buscando la puerta, la cual volvió a abrirse sola y caí de bruces contra el suelo.


Ahora entendía la preocupación de Jack, el sabía cual sería mi próxima misión.
Comencé a hacerme la idea de que podía ser una de las últimas que haría.
¿Podría haber sido un castigo por llegar tarde al infierno?