jueves, 21 de junio de 2018

Capítulo 11

Celia


Aquel muchacho me miraba como si hubiera visto un fantasma.
Bajo sus pies se hallaba un rastro de sangre que provenía de una herida en su espalda. Cuando me detuve a contemplarle supe de inmediato que se trataba de un ángel negro al que se le estaban muriendo las alas.

-¿Por qué se mueren tus alas?-Pregunté curiosa.

-Porque tú estabas muerta.

Renegué.

-¿Yo?

-Si, tú.

-Que yo recuerde jamás he muerto.

Me observó aún más impresionado. Por su expresión no parecía tener muy claro ante quién se encontraba.

-Celia, acabas de resucitar de entre los muertos. Mira a tu alrededor, es un cementerio.

Tan pronto como me dí cuenta de que sus palabras eran ciertas, casi me vuelvo a morir del miedo que se apoderó de mi cuerpo.

-¿¡Pero cómo puede ser eso?!

-Alguien te asesinó.-Contestó frío, como si mi presencia no le agradara lo más mínimo.

-¿¡Quién?!

-No lo sé, investiga tú misma.

Se dio media vuelta y con un gesto de dolor desplegó sus negras alas, cada vez más descompuestas.
Antes de que emprendiera su vuelo y se marchara, agarré su pie y lo hice aterrizar de nuevo.

-¿Es que no piensas ayudarme?

Me volvió a mirar, esta vez de una forma espeluznante, como si de repente fuera a sacar un cuchillo para clavármelo en la cabeza.
Me estremecí.
Había algo en su aura que aunque no me diera buena espina, me maravillaba.

No sabía quién era, pero en cuanto clavé mis ojos en él supe que lo quería para mí, ansiosamente.

-¿Pero qué coño te pasa? ¿Has olvidado que eres mi hermana?

Di un paso atrás y tragué saliva cuando caí en la cuenta de que, nuevamente, me decía la verdad.

-Eso es imposible.

Suspiró, cansado de mí.

-Mira idiota te lo voy a resumir muy brevemente. Tú, antes de que te asesinaran vivías de lame culos de Zeus. Nosotros dos nos caemos como un jarro de agua fría. Pronto llegará el fin del mundo y una batalla en la que estamos destinados a enfrentarnos nos aguarda. Pues bien.-Se pasó la lengua por el labio para humedecerlo.-Hace unos días mientras dormías en tu lecho alguien cuyo nombre desconocemos te asesinó. Y ahora estás viva de nuevo. Fin, ¿Te ha gustado la historia?

-Y si tanto me odias, ¿Por qué me has devuelto a la vida?

-Haces muchas preguntas.

-¿Puedes contestarme a eso? Por favor.

-Si tú mueres, mis alas mueren.

Me quedé impresionada.

-Ahora lo entiendo todo, soy tú única fuente de vida y de poder. Sin tus malditas alas no eres nada ni nadie.

-Eres un ángel blanco, provienes del reino de los cielos. Yo, sin embargo, ángel negro proveniente del mismísimo infierno.  Es la única forma que tenemos de no matarnos el uno al otro hasta que no llegue nuestra hora. Un coñazo, lo sé. Pero así lo han querido nuestros creadores.

-Eres un gusano.

Se llevó las manos a la cabeza.

-¡Por Satán! No digas eso. Tú habrías hecho lo mismo.

-¿Revivir a un muerto por beneficio propio? No lo creo.

Soltó una pequeña carcajada.

-Di lo que quieras hermanita. Que yo me voy al lugar del que provengo, ya con mis alas sanándose. Mientras tú tienes un largo día por delante para intentar recordar quién cojones eres.

Intenté agarrarle para hundir mis dedos en sus ojos. Pero dio un paso atrás y agarró fuertemente mis manos.

-¿Qué intentas hacer?-Rió despreocupado.-Con esos pequeños dedos no puedes ni aplastar una mosca.

Lo miré fijamente, esperando que respondiera a lo que mis ojos estaban intentando decirle. Aunque en los suyos no veía sino oscuridad, pesadumbre y arrogancia.

Concluí la discusión al observar aquellas dos esferas verdes. Descubrí que tenía la razón, que yo habría hecho lo mismo y que nada sacaba de bueno intentando pelear más con él.
Así que cambié el juego y me introduje en el suyo.

Dejé de tensar el cuerpo y mis manos para que me sujetara como le diera la gana.

-Tienes razón...que tonta soy. ¿Qué gano llevándote la contraria? 

Jadeé y rocé mis "pequeños dedos" por su cuello.

Todo empezó a cambiar. Noté cómo su respiración relajada empezó a embravecerse. Lo volví a mirar y me contemplaba de otra manera...curioso, ultrajante. El manipulado ahora era él.

-¿Qué estás haciendo?-Preguntó acertando en mis intenciones.

-Si eres o no mi hermano me da igual. Total...no me acuerdo de nada.

Acerque mi rostro al suyo y de forma suave pero estimulante le besé.

Él, al principio se mostró enajenado, pero poco a poco fue uniéndose al beso por el mismo compás, hasta que me cogió por los muslos y me llevó a una grandiosa habitación sin despegar su boca de la mía.


En ese momento creí que no significaría nada. Pero cuando concluimos y él se fue sin decir ni una sola palabra, supe que todo estaba a punto de cambiar.







sábado, 8 de julio de 2017

Capítulo 10

Hugo


Tan rápido como me lo hicieron saber tembló el infierno y los fuegos de este se elevaron hasta el Olympus.
La chica a la que estaba torturando me miró a los ojos más asustada que nunca.

-No sé dónde está la mujer de fuego.-Dijo.

Negué con la cabeza desinteresado.

-¡Han matado a mi hermana! ¿Lo entiendes? ¡Me da igual la mujer de fuego!.-Dije zarandeándola.

Ella escondió la cara con temor.

-¡¿Me tienes miedo?! ¡Estúpida!

Cogí su cuerpo y lo arrojé por la ventana. Sus gritos eran para mí como las sinfonías de Beethoven. Cuando dejaron de oírse supe que había llegado la mejor parte, pues se había ahogado en el fondo del mar oscuro.

Salí de aquella habitación.

Que quede claro, ahora que mi hermana está muerta los planes del infierno se van directos a la mierda. Pero el hecho de su muerte me da lo mismo.
Ya lo he explicado cientos de veces, ella y yo somos enemigos y soldados destinados a defender cada uno su bando y a luchar en la batalla final. 
Ahora que no está todo supone un cambio, puede que sí haya encontrado un sentimiento de todo esto. Puede que esté preocupado de que mi puesto en el infierno peligre ahora que ya no sirvo de nada aquí. Y también puede que esa hija de puta haya muerto para vencerme de una vez.

Se me encogió el poco corazón que me quedaba y un agudo dolor me apuñaló las sienes.

Cuando un hermano ángel muere, las alas de todos los que lleven su sangre se rompen con el paso de los días.
¡Un ángel sin alas es como ser un simple y triste humano! ¿¡Entendéis ahora por qué mi vida peligra?! ¡Nadie en el infierno quiere a los humanos!

Es por esto que mi hermana y yo preferíamos enfrentarnos en la guerra. Ahí nos daría igual perder o ganar, morir o vivir. Porque para eso está la guerra, para apostar con todo.

Cuando mi increíble humor se había calmado, saqué mis alas, las cuales salieron de mi espalda después de rasgar todo mi interior y hacer que gritara dolorido.
Las plumas negras estaban sucias y marchitas y el cartílago crujía a medida que revoloteaba por el cielo.

Al llegar al Olympus y tras un festín de dolor, volví a encerrar a aquellas dos bestias en mi cuerpo.

Pisé con tal fuerza el cielo celestial que a mi paso se abrieron grietas supurando agua de las ciénagas. Las paredes se descompusieron y los armoniosos cánticos quedaron enterrados en un silencio infinito.

Iba muy confiado a torturar a Zeus pero, justo cuando interrumpía en la gran sala escuché una conversación que me dejó de piedra.
El Dios hizo una señal a uno de sus ángeles para que se callará cuando me vio entrar.

-Vaya.-Dije.-Por mí no os cortéis.

-¿Cómo osáis volver a entrar en mi templo sagrado?

-Corta el rollo Zeus. Espera...¿He dicho Zeus? Quise decir Scar.

-¡Shhh!

Tapó mi boca con una cuerda tan rápido como me oyó decir aquello y me dejó en el suelo atado de pies y manos.

-Señor...lo ha descubierto, ¿No cree que deberíamos deshacernos de él?

El pequeño ángel fue condenado con una soberana paliza por parte de su amo. Algo que me dejó aun más sorprendido.

-¡Te he dicho que te calles!-Gritó él mirando de un lado a otro como si alguien nos espiara.

-Si, mi señor.

-¡Y corre pequeño estúpido! Cierra todas las puertas, no vaya a ser que otro ángel negro entre a espiar.

James, que así se llamaba el esbirro, obedeció inmediatamente. Después, tras otra orden, retiró la cuerda que me impedía hablar.

-Bien, ya lo sabes, no soy Zeus.

-No, eres Scar.-Repliqué con una sonrisita.



-El Olympus es mío y el infierno pronto lo será. Y con la ayuda de los dos reinos construiré un nuevo planeta.

Se me escapó una risa al oír aquellas palabras.

-¿Qué te hace tanta risa?.-Preguntó atestando un puñetazo en mi mandíbula.

-¿Crees que vas a vencer a los dioses? Espera, espera. Mejor aun, ¿Crees que vas a vencer a los demonios?

-Estúpido, no sabes quién soy yo.

-Ilumíame.

-Soy el Dios de los dioses egipcios, conocido como Ra. Mis amigos me llaman Scar.

-¿Tú tienes amigos?

Volvió a darme otro puñetazo.

-Yo soy el símbolo de la luz solar, el dador de la vida, así como el responsable del ciclo de la muerte y de la resurrección.

-¿Y qué te hace romper ese ciclo para dedicarte a esto? Creo que ya es bastante guay ser el Dios de los dioses y toda esa mierda.

Se paseó seguidas veces por la gran sala con tranquilidad.

-Soy el Sol que ilumina el mundo y el mundo está llegando a su fin, ya nadie lo cuida. Quiero construir otro mejor con los restos de este, quiero ser yo el que inicie y acabe la guerra, quiero ser yo quien destruya y creé.

-Ya lo he oído todo en la vida, de verdad lo digo. ¿No te da pena traicionar a los dioses?

-¡¿Pena?! No conozco amigos ni enemigos en combate, destruyo a todos sin distinción.

-Vale ya me he cansado de oír tanta tontería.-Dije y me levanté desatando mis cuerdas.-Devuélveme a mi hermana, yo me iré por donde he venido y haré como si no hubiera oído nada.

Scar me observó perplejo y nostálgico.

-Yo no puedo revivir a tu hermana.

Se me heló el cuerpo.

-¡¿Pero qué cojones dices?! ¡¿No se supone que eres el dador de la resurrección y todas esas gilipolleces?!-Lo agarré del cuello.-Trae a mi hermana de nuevo.

Negó con la cabeza despreocupado.

-Hace tiempo que no tengo ese poder.

Lo solté sorprendido y le reproché que fuera como fuese, reviviera a mi hermana.

Tras un rato en silencio, Scar tomó una decisión.

-Esta bien, Hugo. La condición es la siguiente. Tu hermana vuelve a la vida y tú te marchas al infierno sin contar nada de esto.

Asentí.

Entonces volvió a recobrar la forma de Zeus y recitó unas palabras que no logré comprender. Al parar, el Olympus comenzó a temblar.

-¿Qué es eso que viene por allí? ¿No es un tsunami? ¡Mi señor, una ola muy grande se nos acerca!

-¡Por todos los dioses!-Exclamó este mirando el agua.-¡Ya vienen! ¡Ya vienen!

Yo sin comprender algo me agarré a una columna con el corazón en un puño y aguanté la respiración.
La ola pasó y nos envolvió, arrasando nuestros cuerpos pero dejando intacto al Olympus.

Al cabo de un rato desperté, magullado por todo el cuerpo y con mis alas empapadas.
Delante de mis propias narices estaba el mismísimo Poseidon.


Me miró a mí, luego miró al supuesto Zeus, se mantuvo callado y con una pose ruda.
Tras su paso, la tierra rugió y empezó a abrirse hasta que ascendió del mismísimo infierno Hades, hijo de Zeus.
Este, asombrado por mi presencia movió la mano e hizo estampar mi cuerpo seguidas veces contra la columna.

Y así comenzaron a aparecer todos los dioses que podáis imaginar. Desde Anubis, el Dios egipcio de los muertos, hasta Thor, el Dios del trueno.

Sus presencias me abrumaban, no entendía que tenían que ver ellos con mi hermana.
Cuando me vi a mí, una mierdecilla insignificante del infierno, entre tantos dioses...me hice un ovillo.

Todos y cada uno de ellos, sin articular palabra, se juntaron en un círculo y comenzaron a recitar otras extrañas palabras.
 Al acabar, abrieron un pasillo dando paso a una bruja.
Con solo verla ya sabía lo que estaba apunto de pasar.
Ella estaba rapada, semidesnuda y cubierta de un montón de extraños tatuajes y pendientes hasta la cabeza.
Daba repelús nada más verla.



Paró en seco delante mía, agarró mi cabeza y lamió mis labios.

-Hola Hugo, tenemos mucho trabajo.-Dijo serena.

-Que...que asco.

Cuando miré hacia atrás todos los dioses ya habían desaparecido, incluido el falso Zeus.

La bruja agarró mi mano y me condujo hacia las sepulturas del Olympus.
Agarró la de mi hermana y con el menor esfuerzo la hizo pedazos para sacar el cadáver.
Cuando ya lo tenía fuera, corto con un pequeño cuchillo su piel y escupió la sangre que salió de esta en la boca de mi hermana, luego hizo lo mismo con la mía.
Luego puso sus ojos en blanco y comenzó a decir unas palabras en latín. Susurros diabólicos se oían mezclados con su voz.
Al acabar de recitar, se acercó a la boca de Celia, la cual ya estaba en proceso de descomposición y comenzó a succionar una especie de nube negra que también contenía aquellos susurros diabólicos.

No puedo negarlo, estaba completamente acojonado.

Cuando cesaron los susurros, la bruja recuperó el color de sus ojos y comenzó a sonreír.

-Todo arreglado.-Dijo y se esfumó, literalmente.

Yo, perplejo, me giré para ver el cuerpo de mi hermana y ella ya se encontraba de pie, mirándome atentamente.
Pegué un brinco del susto.

-Hola Celia.

Ella me miró incomprendida.

-¿Celia?

-¿Quién eres?-Respondió ella.






lunes, 5 de diciembre de 2016

Capítulo 9

Estela


Reyar acarició mi pelo con sus rugosas y grandes manos, casi rozando mi nuca.
Me satisfacía cada vez que su piel entraba en contacto con la mía. Era como sentir electricidad. Sabía que podía notar una conexión con una persona, más allá de dos miradas. Cuerpo y alma eran uno y estos buscaban con ansia encontrarse con los del otro.

Dejaba que su mano siguiera acariciando mi pelo mientras bajaba por mis mejillas y mi cuello, acercando su boca a este y dejando pequeños besos.

Me miró fijamente y susurró algo en mi oído, aflojando mi cuerpo, haciendo que este se convirtiera en gelatina.

Agarré su mano y me levanté, dejando que él me llevara por todo el Olympus, hasta llegar a la habitación de Celia, donde paró en seco y se quedó mirando la puerta durante varios segundos, totalmente en silencio.

Me embelesaban sus ojos, eran dos esferas blancas que hipnotizaron mis acciones, que cautivaron mi alma y que me enamoraron por completo.

Entendí de inmediato lo que quería aquel hombre de negro tan elegante.
Entonces, sin pensarlo dos veces más, me solté de su mano y entré en aquella habitación.

Comencé a escuchar las suaves pulsaciones de su corazón. Ella dormía tan profundamente que ni mis dientes hincándose en su delicado cuello, la despertaban.
Yo no era el típico vampiro que se describía en todos los libros, ese vampiro sutil que chupaba la sangre con elegancia y se iba de rositas. Los de mi generación eran un poco más bastos, después de deleitarnos con el cuello, pasamos a otra parte del cuerpo y después a otra y así constantemente. Nuestro cerebro sufre un colapso a causa del éxtasis repentino, haciendo que el hambre aumente y devorando al cuerpo por completo, dejando a este con grandes mordeduras y totalmente exprimido.

Al terminar de darme el festín, Reyar con su dedo pulgar, retiró algunas gotas de sangre de mis labios.
Cogió mi mano y salimos de allí, dejando al cadáver tendido en el suelo.

Me llevó hasta el jardín y una vez allí, me giré para observar como las luces del Olympus se encendían y los gritos de Zeus y todos los ángeles retumbaban por todo el reino.

-¡Id a por ella! ¡Traedme su cuerpo vivo! ¡Quiero que todo mi santuario vea como lo voy destrozando lentamente tal y como hizo con mi preciosa Celia! ¡No descanséis hasta encontrarla! ¡Corred!-Exclamaba el Dios.

Reyar río mientras yo, perpleja, escuchaba todas esas voces. Mi cabeza había vuelto a la normalidad, dándome cuenta de nuevo de todo lo que acababa de ocurrir.
Él me tapó los oídos y con tan solo mirarme fijamente durante unos segundos, caí en un desmayo.

Al desvelarme, sentía un dolor de cabeza tan sumamente grande que mi vista nublada, solo podía distinguir borrosas sombras oscuras ante mí.
Cuando recobré toda la visión, once hombres vestidos de negro, entre ellos Reyar, me observaban, como si fuera la única mujer a la que hubieran conocido en sus vidas.

Recordé lo que hice en la anterior hora, pues matar a aquella pobre chica no era más que el instinto de mi hambre. Pero me daba pena.

-Os dije que seguiría viva.-Dijo uno de aquellos hombres.

Yo, anonadada, me puse de pie, vislumbrando entre ellos un gran pergamino de color dorado y rojo.

Formaron un círculo a mi alrededor a la vez que unas extrañas plantas, también doradas, brotaban del suelo y se enredaban en mis piernas.

Asustada, comencé a respirar de forma brusca, sintiendo una gran presión en mi pecho.

-Has hecho un buen trabajo, cariño.-Dijo Reyar, con su encanto de siempre.-No debes de hacer nada más, solo recogerte en nuestro pergamino sagrado y esperar a que llegue el gran día para batirte en duelo contra los ángeles.

-No entiendo lo que está ocurriendo.-Dije, asustada.

-Cuando pasen unos cuantos años, quizá siglos, tú y varias personas más, cambiaréis el mundo y pasará a ser completamente distinto a como todos lo conocemos.-Dijo él. 

-¿Por qué?.-Pregunté mientras las ramas seguían deslizándose por todo mi cuerpo.

-Once personas seréis, las que escritas en este libro sagrado estaréis.-Dijeron todos aquellos hombres al unísono.

Mientras que yo seguía rodeada y amordazada,  me explicaron varias historias, entre ellas y la más importante, la de estos once hombres.
Siete de ellos se hacían llamar "Los pecados Capitales" y los otros cuatro "Los jinetes"
Todos tenían un papel un tanto especial y formaban parte de un proceso escalofriante.

Un encuentro con alguno de los cuatro jinetes, era un aviso de que el Apocalipsis estaría a punto de llegar. Cada uno de ellos representaba un suceso catastrófico que ocurriría en el fin del mundo.
El primer jinete representaba la guerra.
El segundo, representaba el hambre.
El tercero la muerte.
Y el último de ellos, la peste.

Por otro lado, un encuentro con alguno de los siete pecados capitales, era una clara alerta de cuidado, ya que eran vicios a los que se sometían los humanos y no tan humanos y que hacían, aunque no fuera lo elegido, que sus acciones se conviertan en lo injusto e inmoral. 

Los pecados eran la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza.

En los encuentros, transformaban a sus víctimas en el propio pecado mediante diversos juegos mentales, pues era imposible no caer en las redes de estos siete hombres, fueran cuáles fueran sus cometidos. Casi  siempre solían buscar la muerte y, gustara o no, las víctimas acababan matando por ellos, inconscientemente.

Cada uno de los pecados suelen visitar a una persona, después de ellos, llegan los jinetes y, finalmente, el apocalipsis.

Yo, tan idiota y tan simple como siempre, ya había sido víctima de uno de estos once hombres, sin darme cuenta.

-Reyar, tú eres la lujuria.-Dije.

Él afirmó.

Suspiré profundamente.

-Has ayudado a adelantar el apocalipsis.-Dijo uno de los jinetes.

-¿Os parece bien el haberme ayudado a colaborar con la destrucción del mundo?

Reyar se acercó a mí, con su mano puesta en el pergamino, haciendo una pequeña marca de su huella en este.
Me miró unos minutos y después, soltó las ramas, liberando a mi cuerpo de aquella tortura.

-Ahora debes marcar el pergamino, Estela.-Dijo.

Negué con la cabeza y di un paso atrás.

-No quiero alistarme en vuestro ejercito.

-Está escrito en libros tan sagrados como este pergamino, que el apocalipsis llegará inevitablemente y que el mundo morirá para que otro mejor vuelva a nacer.-Dijo Yen, el pecado de la avaricia.-Con lo cual, es de prometer que en el siguiente mundo, tú saldrás mejor beneficiada que en este.

-¿De verdad?.-Pregunté.

-De verdad.

Sin pensarlo más, acepté.

Me mostraron dos pergaminos más, uno de ellos se cerró automáticamente al posarse en mis manos, enterrando en ellos como en una nube negra, a todos aquellos hombres que me habían acompañado.

Mi nombre apareció en el primer pergamino mientras que en el segundo, se leía el nombre de Reyar, el hombre del que había sido víctima.

Los cuatro jinetes más los siete pecados capitales, habían desaparecido, dejándome sola y sin saber cómo haría para moverme por el mundo de los vivos, teniendo en cuenta que un supuesto Dios, andaba por ahí, dándome caza.

Me hicieron dudar en si los volvería a ver, me hicieron dudar en por qué yo fui la elegida y por qué tuve que matar a aquel ángel.

Las cosas no hicieron más que empeorar; mi hermana desaparecida, ángeles cabreados buscándome y yo jugando a ser una de las futuras guerreras del fin del mundo.

Sin saber con exactitud dónde me hallaba, cogí una pulsera negra que había en el suelo, al lado de ella, una nota distinguía las siguientes palabras.

La lujuria te ha visitado y escrito está en tus ojos, encaja esta pulsera en tu piel, nota su tacto, pues aquel pecado del que fuiste víctima, te ha dotado de su poder.
Claro está, si claro ves, que con esta pulsera siempre sabrás lo que debes de hacer.

Me la puse en la muñeca y cierto fue aquel cosquilleó que recorrió mi cuerpo, haciéndome sentir distinta a como antes me sentía, más llena de fuerza, de inteligencia, de energía y de coraje.

En el reflejo de unos cristales rotos, que se encontraban alrededor de una papelera de la calle, pude contemplar como en mi ojo derecho se había dibujado un símbolo en un tono blanco.

Una cruz.










martes, 13 de septiembre de 2016

Capitulo 8

Ana


Cada vez que oía un grito o una explosión, me cubría las orejas y me metía debajo de la cama.
El plan era el de siempre, estar escondida en una habitación de nuevo, teniendo como única distracción, el sonido de la guerra que se libraba entre los dos bandos de ángeles.

La puerta se abrió y, desde mi perspectiva sólo pude ver dos piernas y el mango de una enorme hacha.
Mi susto fue tan grande que de mis manos comenzó a salir fuego.
Aquella persona, fijándose en la luz de mis llamas, volcó la cama con la misma fuerza de mil hombres.

-¡¿Qué quieres?!-Dije, apuntándolo con mis manos.

Sin contestar a mi pregunta, sacó una pequeña bolsa de su chaqueta y la lanzó hacia mi pecho.
En el impacto, esta se rompió y un polvo verde envolvió mi cuerpo, haciendo que las llamas se apagaran.

Sin dar crédito, transpiré asustada y me tiré encima suya, intentando atestar un puñetazo en su nariz.
El hombre, paró mi mano y tiró de ella, sacándome de aquel lugar.

-¡Suéltame!-Grité.

-¿Tú quieres salir del infierno?.-Preguntó serio.

Pensé dos segundos lo que había dicho.

-Si, ¡Por supuesto!

-Pues cállate y sígueme.

Obedecí algo desconcertada mientras él me llevaba a una especie de pasadizo. A nuestro paso, dejamos miles de cadáveres de demonios y ángeles que él mismo había matado con su hacha.
En la distancia me fijé en un cadáver que me resultaba familiar, al acercarme y mirarle el rostro, descubrí que era Jack, el mismo ángel negro que hacía un momento había entrado en mi cuarto.

-¿Quién eres?.-Miré a aquella persona asustada.

-Un hombre.-Dijo, mientras rebuscaba algo en su bolsillo.

-Un hombre que ha acabado con todo el infierno sin ayuda de nadie.-Dije angustiada.

Paró de buscar para mirarme.

-¿No te lo han contado verdad, niña?-Preguntó.


Negué con la cabeza.

-El infierno es como un rascacielos y tú solo has estado en el primer piso.-Dijo él.

Tragué saliva.

Cuando consiguió sacar de su bolsillo el objeto, observé como puso en sus dedos una especie de anillo y, al pronunciar unas palabras en un idioma que jamás había oído, una enorme puerta vieja y poderosa, se dibujó en la pared.

Miré perpleja la situación hasta que, la puerta misteriosa se abrió y aquel hombre tiró de mí para entrar por ella. Su increíble fuerza hizo que, sin poder evitarlo, entrara.
La puerta se cerró, enterrando los gritos de los demonios y ángeles que venían a por nosotros.

Recobré el aliento durante unos segundos, intentando recuperarme de todo lo que había pasado.
Cuando miré bien a mi alrededor, un enorme lago con grandes rocas que formaban una mesa en el centro de este, con una gran catarata, rodeada de miles de árboles, dieron paso a aquel hombre que, de una forma u de otra, me había sacado del infierno.

-Pero....¿Quién...quién eres?.-Pregunté embelesada por el hermoso lugar.

El hombre quitó el anillo de su dedo y la puerta por la que habíamos entrado, desapareció.
Me miró firme y con una pose robusta.

-Soy Odín, y esto es el Valhalla.





Me quedé parada, mirándolo de arriba a abajo y, tras unos segundos así, comencé a reírme, a reírme como una condenada.
Él sólo se limitó a mirarme extrañado.

-¿Dioses a mí? Por favor.-Continué riéndome.

-Tampoco creías en demonios hasta que hiciste un trato con uno de ellos.-Dijo firme.

La gracia se me quitó de repente.

Me acerqué a él y tiré de su hacha, acaricié sus vestimentas y tiré de su barba.

-Entonces... si tú eres Odín, deberá existir Zeus, Poseidon, Afrodita..etc.

 Asintió.

-Saldrán cuando deban de salir.-Dijo mientras me ofrecía asiento en la mesa de rocas.

Me senté, viendo como el agua del lago acogía mis pies.

Entonces pensé y dí unas palmadas seguidas de una gran idea.

-Sois dioses, sois más poderosos que nadie. ¡Podéis juntaros y acabar con esta guerra! ¿Verdad?.-Dije entusiasmada.

Noté en los ojos de mi acompañante que mi idea le causó repudio.

-Ya te he dicho que los dioses saldrán cuando deban de salir.-Respondió.

Me enfadé.

-Hay una guerra entre el cielo y el infierno, ¿No les parecen suficientes razones como para salir a luchar?.-Pregunté.

Odín comenzó a comer una diversa variedad de frutas que se encontraban en el centro de mesa.

-El cielo y el infierno no les pertenecen.-Dijo con la boca llena de comida.-Con lo cual no deben meterse en la guerra.

-¡¿No les pertenece?! ¡¿Y a Zeus?! Él es el Dios del cielo, controla los truenos, el viento y todas esas cosas.

-Sobre Zeus, hay algo que me gustaría comentarte de él..-Dijo, mascando una gran manzana.-¿Quieres fruta?

-No, gracias.

Comencé a escucharlo atentamente.

-Debes salir del infierno, ir hasta el Olympus y matarlo.-Dijo muy seguro y tranquilo.

Me atraganté con mi propia saliva. 

Con una expresión de asombro me digné a contestar.

-No.-Dije.

-El que está allí arriba no es Zeus querida, sólo el recipiente de un ángel desterrado. El verdadero Zeus está escondido, como todos los demás dioses.-Dijo.

-¿Y por qué tengo que ser yo? ¿Y cómo sabes eso? ¿Y por qué un ángel está suplantando la identidad de un Dios?-Pregunté.

-Haces demasiadas preguntas, Ana.

-Responde.-Dije.

-Tú sola irás encontrando las respuestas, poco a poco.-Dijo levantándose de la mesa y dirigiéndose hasta la catarata.

Me levanté y lo seguí.

-Oye, Odín, no es que no me guste la idea de subir al Olympus y parar al ángel malvado, pero...¿Puedes explicarme cómo voy yo a hacer eso sin que me maten?

Levantó las manos y el agua de la catarata se abrió, dejándonos paso para entrar en una honda y oscura cueva.

Me ofreció su mano para acompañarme hasta dentro.

La cogí. 

Al entrar, el agua volvió a cerrarse.

-Ana, tú eres fruto de un hechizo del que corres peligro.-Dijo firme.-Eres un muerto viviente, uno de los de verdad.

Lo miré mientras notaba que mi piel se iba emblanqueciendo con sus palabras.

-¿Por qué corro peligro?

-Porque todos los hechizos tienen su fecha de caducidad.-Dijo cogiendo mis manos.-Todos los muertos vivientes están destinados a levantarse de sus tumbas el día en el que se batalle la guerra entre el cielo y el infierno. Sus destinos consisten en mantenerse en el mundo de los vivos, causando la destrucción y la muerte de estos...sin servir ni al Diablo ni a Dios, solo sirven sus propios instintos.

Cada vez me sentía más aterrada.

-¿Qué instintos?.Pregunté.

-El hambre. Vas a convertirte en uno de esos monstruos Ana, cuando se realice la batalla final, cuando llegue el fin del mundo. Conforme los días pasen, iras notando esos cambios, esos instintos, esa hambre, y no lo vas a poder remediar.

-Joder, me lo podrías haber dicho antes.-Dije asustada.

-Soy Odín y mi trabajo es acoger a los guerreros que cayeron en combate, a ti deberé de acogerte, pero, antes de eso, quiero poder curar tu maldición.

-¿Puedes hacerlo?

-Puedo, pero de ti depende la decisión.

-Mi respuesta es si.-Contesté.

-Bien, como ya te he dicho, en el infierno hay distintos niveles y tú ahora mismo estás en el primero, el Purgatorio.-Dijo mientras en el agua se dibujaba un espejo.-El purgatorio es el recibidor, aquí es donde se hace la prueba definitiva al muerto para saber si entrará o no al infierno, poniéndolo ante una bestia; la cual puede devorarte o no. Si decide hacerlo, te mandan directo al infierno.




Volví a tragar saliva.

-Espera un momento, ¿Qué tiene que ver esto con mi hechizo?

-En el último nivel, hay alguien que me conoce y es un poderoso ser que podrá quitarte el hechizo.

-Querrá algo a cambio, aquí todos quieren algo a cambio.-Dije

Asintió.

-Querrá tus poderes.-Dijo mirando mis manos.

Las guardé en mis bolsillos como si estuviera escondiendo un arma letal y miré fijamente al Dios que me acompañaba.

-Sin el fuego no tendré defensa alguna.-Dije con un vacío en mis palabras.

-¿Prefieres morir?.-Preguntó.-Además, hiciste un pacto con Lucifer, él te dará poder cuando necesite de tu ayuda. 

-¿Crees que se enfadará por haber escapado?.-Pregunté.

-Ya está enfadado y habrá mandado a los ángeles negros para buscarte, por eso debes salir de aquí cuanto antes.-Puso su anillo en su dedo otra vez y posó sus manos en mis hombros. Volvió a pronunciar aquellas palabras en el idioma desconocido y de mi cuerpo volvió a emitirse aquel resplandor de luz roja que avisa de la llegada del fuego. Se apartó rápidamente de mí con un grito de dolor.-Por todos los dioses, quemas.

Miré atónita como sus manos quemadas, volvían a su estado natural con simplemente un poco de agua de la cascada.

-¿Por qué me has hecho esto?

-Porque necesito que veas algo.-Contestó.

Miré bien el agua, que mezclada con el fuego más caliente de mi cuerpo, creaba un reflejo que comunicaba con aquello que quisieras ver.

-Vale Timmy, debes de esconderte, aquí en el Olympus puede ser peligroso que te vean.

Era una chica rubia, tenía los ojos irritados y largos dientes, hablaba con la oscuridad de un armario, un armario que se hallaba en una habitación.

-¿Quién es?.-Pregunté sin quitar los ojos del reflejo.

-Es un vampiro, está aliada con los hombres de negro.-Respondió.

-¿Los hombres de negro?

-Así es, no puedo explicarte la historia de estos porque perderíamos más tiempo del que ya estamos perdiendo. Los hombres de negro le han dado órdenes que debe de cumplir allí en el Olympus. Están cargados de una mala energía, tanto es así que mis poderes no logran averiguar qué es lo que quieren del Olympus.-Dijo serio y a la vez preocupado.

-Y yo tengo que averiguarlo por ti, ¿Verdad?

Asintió.

-Pero...¿Cómo?.-Pregunté asustada.

-Cuando estés allí, sabrás cómo actuar, confía en mí.-Dijo él.

Se quitó el anillo del dedo y el reflejo del agua desapareció junto con el fuego de mi cuerpo.

-El tiempo se acaba, tu hechizo avanza.-Se giró, mirando la oscuridad de la cueva que había tras nosotros.-Debes partir ya.

-¿Iré sola?.-Dije transpirando nerviosa.-¡No viviré ni dos segundos!

-Te he dicho que tú sola sabrás lo que hacer en cada momento Ana.-Dijo mientras metía algo en mi bolsillo.-Cuando llegues al último nivel, enséñale esto al primero que veas, así sabrán que llegas de mi parte.

Me había dejado su anillo, el anillo que tan poderoso parecía.

Miré a Odín.

-Tengo miedo.

-Querida, todos tenemos miedo. Ahora vete, en cada nivel encontrarás tanto ayuda, como peligros, habrá trampas de las que tendrás que salir utilizando la inteligencia o la fuerza. Debes de ser lista y mirar atentamente todo mientras andes o, cuando menos te lo esperes podrás llevarte sorpresas. Podrás utilizar mi anillo pero solo una vez, piensa bien qué momento será el indicado para hacerlo.-Hizo una pausa para mirarme con seguridad, lo cual me transmitió calma y fuerza.

-Odín...-Balbuceé antes de que me cortará las palabras.

-Cuando consigas salir de aquí, mata al usurpador de cuerpos. Por favor, todos deberían respetar a los dioses. Mucha suerte Ana, nos veremos pronto.

De repente, desapareció, dejándome allí.

Me giré y miré la cueva, suspiré sabiendo que en ella empezaría mi viaje.


He estado, una eternidad encerrada en una habitación y ahora tenía que armar el valor suficiente como para descender todos los niveles del infierno y salir de aquí con vida.

Respiré hondo, conté hasta diez y comencé a andar.

Cuanto más me metía en la cueva, más oscuridad hallaba y un silencio sepulcral me acogía en un espantoso escalofrío.
Mi cuerpo comenzó iluminarse por el fuego que salía de mis manos, un fuego que ayudó a poner luz a esta infernal cueva.

Seguí andando y, de repente, el camino se cortaba, finalizaba. Intenté pensar en qué debería hacer, pero no se me ocurría nada.
No me quedó otra que dar la vuelta, pues quizá había otro camino del que yo no me había dado cuenta.
Al girarme, una pared de rocas que antes no estaba, se interponía en mi camino.
El pelo se me puso de punta e intenté calmarme y pensar una solución.

-Debe de ser aquí, así que piensa maldita cabeza.-Dije hablando conmigo misma.

Entonces me dí cuenta, en la pared misteriosa había dibujado un símbolo.



Lo miré atentamente, dándome cuenta de que las palabras que Odín pronunciaba cada vez que posaba su anillo en el dedo, eran muy parecidas a las que se hallaban a cada extremo del símbolo.

Algo en mi interior hizo que las pronunciara en voz alta y, de repente, el centro del símbolo se iluminó.

La cueva comenzó a temblar bajo mis pies. Aquel temblor era tan intenso que hizo perder mi estabilidad y caí sobre unas rocas.
La cueva empezó a desmoronarse, pequeñas piedras caían de todas partes y una de ellas, impactó en mi cabeza, produciendo que un chorro de sangre saliera propulsado a toda pastilla.

Me llevé una mano taponando la herida mientras refunfuñaba de dolor.
La sangre que empapaba el suelo, se mezcló entre las grietas de este.
Noté como la cueva se movía y un calor irritante que no era el de mi cuerpo, envolvía las rocas.

-¿Qué mierda has hecho ana?.-Dije agarrándome fuerte a la pared.

La cueva cesó de moverse y todo volvió a quedarse en aquel incómodo silencio.
Me limpié el chorro de sudor que corría por mis mejillas y me estabilicé.
Al girarme, la pared del símbolo había desaparecido y, un corto camino me llevaba hasta una puerta.



La abrí sin ningún esfuerzo, como si la misma puerta quisiera que la abriera.
Mi instinto me obligó a entrar o quizá no era el instinto, quizá también fuera la puerta.
Cuando crucé al otro lado, mis ojos no daban crédito a la imagen que vieron.



-Estupendo.-Dije sarcásticamente.

Cada cruce de ese laberinto tenía una oscuridad en la que de ninguna de las maneras quería adentrarme.

Por si fuera poco, la puerta ya no estaba.

No me quedaba otra, saqué una manzana de mi mochila, una manzana que le robé a Odín de la mesa del Valhalla.

Me armé de valor, le pegué un bocado y me adentré en el horrible laberinto.






miércoles, 17 de agosto de 2016

Capitulo 7

Celia

Y allí estaba, allí lo tenía, a mi hermano. 
Sus ojos miraban a los míos pero sé que no veían a una hermana, sino a una enemiga.
Él ya no era mi hermano y ese fue nuestro destino, desde que madre nos hizo saber lo que realmente eramos. 
Nunca jamás pude pensar que llegaría a odiar a alguien aun llevando de mi sangre en sus venas; no lograba imaginar un mundo en el que se cultivara un odio tan grande como el que crece dentro de mi corazón. Cada vez que tenía delante a Hugo, por un momento me olvidaba de todo para concentrarme en lo que mis latidos decían y por cada centímetro de mi piel y entrañas, la palabra "mátalo" retumbaba haciéndome capaz de creer en aquello que cuentan de los dioses.
Hubo una vez un libro, un libro sagrado, el cual cayó en manos de mi padre, pues este me leía todas las noches que estaba en casa una página un tanto especial para él. En esa página se narra la historia de dos hermanos.
Uno de ellos rudo, fuerte, bestia, pero sobretodo buena persona, poco rencoroso y un gran rey querido. Sin embargo, el otro, tenía tanta envidia de su hermano, que esta logró convertirle en un ser despreciable. Su codicia y envidia, capaces de arrebatar la vida de cualquier persona, por tan solo conseguir el poder y prestigio que su hermano poseía.
Los dos acabaron sumidos en una guerra eterna y,desde entonces, los dioses del cielo y los dioses del infierno viven en una gran enemistad.
Hades, desterrado al infierno por Zeus, el cual armó un ejército por si algún día, el malvado rey de las cenizas deseara resucitar.

A veces, cuando veo a mi hermano, recuerdo esta historia e imagino que esos dos hermanos enfrentados somos nosotros...quizá por eso nuestro padre la leía.

Cuando logré calmar esa voz interior que me animaba a coger un cuchillo y rajar el cuello de Hugo, tiré de sus brazos, apresados por una fuerte cuerda y lo llevé hasta el Santuario.

Sin decir una palabra durante todo el camino, con una tensión palpable en el silencio, llegamos hasta el salón de reuniones.


Sin regalarle ni la más mínima respuesta, enredé su pelo en mi mano y tiré de su cabeza, arrastrándolo hasta el centro del salón. Lo solté y, en un discreto chillido de dolor, cayó al suelo.
Me retiré hacia un lado, mientras que el gratificante ruido celestial cada vez era más y más cercano.

-¿Me vais a castigar?.-Dijo mi hermano mirándome con total tranquilidad.

-Cállate.

-¿Van a castigarme los dioses? ¿Me van a decir que rece dos padre nuestros para limpiar mis pecados?.-Dijo.

Esbozó media sonrisa.

-Los dioses no pertenecen al cristianismo, los dioses no te van a mandar rezar dos padre nuestros pues. Pero puede que hagan algo peor Hugo.-Dije fría.

-Tú eres Cristiana.

-Mi corazón puede tener lugar para más de una creencia.

Nos miramos, otra vez con esa amenaza de muerte en los ojos de cada uno.

De repente, las puertas se abrieron y yo me arrodillé en una reverencia, posando mi vista hacia el suelo.
Una paz inundó mi alma, pues sabía de quien era la nueva presencia.

-Preciosa Celia.-Dijo Zeus.-No hace falta que te arrodilles ante mí.

Me levanté y, automáticamente, me hice a un lado y aguardé con ansia para ver cuál sería el castigo impuesto a mi hermano.
Hugo se encontraba en una cómoda postura, al igual que una persona tirada en su cama. Una de sus amplias y falsas sonrisas apuntaban a hacia mi Dios, mi Zeus.


-Zeus, amigo, deberías ir a dormir, no son horas para que un viejo ande rondando.-Dijo mi hermano.

Zeus, sin cambiar la expresión de su cara, dio dos pasos atrás y se sentó en su trono.

-He encontrado la casa de la familia Warrior algo abandonada,¿Verdad, Hugo?

-Si, los llevé de viaje a Diney World ayer.-Contestó vacilante.

-Al único sitio que los has llevado ha sido al infierno.-Dijo Zeus frío.

En el exterior, el cielo se nubló y un rayo dio su bienvenida alumbrando todo el salón.

Zeus estaba enfadado.

Hugo se levantó y, con su pequeña sonrisa, una sonrisa fría, se acercó desafiándolo cara a cara.

-La noche es una hora muy mala para que los dioses se paseen por templos sagrados, en la oscuridad se esconden horribles demonios, demonios que han aprendido a moverse por distintos mundos para destrozar a seres como tú.-Dijo.


Mi Dios en ningún momento mostró miedo y tampoco se levantó de su trono.
Yo, temiendo por si las cosas se ponían feas, saqué un cuchillo oculto en el bolsillo de mi chaqueta y esperé con atención.

-No creo en tus palabras, siervo del Diablo, ni creeré en ellas nunca.

-¿Sabes en qué no creo yo?.-Dijo Hugo, subiendo cada vez más el tono de voz.-No creo en Dioses de mierda que creen salvar a las personas de todos sus males y que creen poner equilibrio entre cielo, tierra, agua y fuego cuando lo único por lo que viven es para buscar la guerra,la venganza, la destrucción y la muerte en el infierno. ¡Vivís por y para vengaros! ¿De verdad piensas que voy a creer en Dioses estúpidos?

-Tienes derecho a elegir la forma en la que deseas morir.-Dijo Zeus todavía más frío.

Se levantó, quedando a la altura de mi hermano, el cual puso sus manos en su cuello.

Grité llena de odio y corrí hacia Hugo apuntándolo con mi cuchillo. 
Cuando estaba a pocos centímetros de su alcance, la luz del salón de reuniones, se apagó, dando paso a un gran e incómodo silencio sepulcral que enterró todos aquellos cantos celestiales.
En mitad de aquella oscuridad, solo podían verse dos brillantes esferas.
Cuando la luz se volvió a encender, un hombre se encontraba en medio del salón junto con mi hermano, el cual esbozaba una media sonrisa.
Al mirar los ojos de aquel hombre, sentí el mayor miedo del mundo y mi cuerpo sufrió un pequeño shock.







Zeus me apartó, acercándose a ese ser para detenerlo y, antes de poder tocarlo, se quedó inmóvil, como si lo hubieran clavado al suelo.

-Eddie Gluskin.-Dijo aquel ser.

-¿Es tu nombre?.-Pregunté llena de miedo.

Asintió.

-¿E...eres un demonio, Eddie?.-Volví a preguntar.

Asintió de nuevo.

-Los siete pecados capitales.-Dijo él.

Sin saber qué responder y clavada al suelo igual que Zeus, Eddie acercó su mano hacia mi barriga y la hincó en mi interior.
Él me miraba frío, con gusto en los ojos mientras que, de mi boca comenzó a salir sangre y sentí el horrible dolor de un hueso rompiéndose.

Retiró su mano, limpiando la sangre que en ella se hallaba, con la tela de su chaqueta.

Caí al suelo, sintiendo frío y dolor. Mis ojos borrosos no perdían de vista aquel demonio.

-Los siete pecados capitales.-Volvió a decir y, acto seguido, tocando a mi hermano, desapareció del salón.

Mi cuerpo estaba débil y, mientras mis ojos veían borrosos como Zeus se acercaba deprisa hacia mí, comencé a caer en un desmayo.



Desperté, delante mía estaba Castiel, mirándome atentamente, preocupado.
Miré a mi alrededor, estaba en aquel inmenso jardín al que me llevó la primera vez que lo vi.
Me reincorporé, puse mi mano en el estómago y de él no quedaba herida alguna.
Asombrada, miré al ángel a los ojos.

-¿Cómo lo has hecho?.-Pregunté.

-Antes de ser desterrado, Dios me dijo que conservaría mi gracia de ángel para que nunca se me olvidara el ser que soy y el ser que había servido y traicionado la libertad de Dios.

-Gracias Castiel.-Dije

Antes de levantarme, el ángel cogió mi mano y en ella dejó un pequeño y discreto brazalete con un símbolo que me resultaba familiar.




-¿Para qué es?

-Con él, los demonios no podrán acercarse a ti.-Dijo.

Me puse el brazalete.
Cada vez que miraba a Castiel a los ojos, me transmitía pureza, bondad y protección.

Con una sola sonrisa, él entendió que le agradecía toda su ayuda.

-He de enseñarte algo.-Dijo mientras me ofrecía su brazo para agarrarme a él.

Así lo hice y, en un ligero paseo, llegamos a una fosa subterránea.
El ángel seguía con un tono de preocupación y yo no entendí nada.
Me dijo que no me asustara y que mantuviera la calma cuando entráramos. 
Al hacerlo, volví a adentrarme en una máxima oscuridad y en un vomitivo olor a carne muerta.
Me agarré más a su brazo, asustada.

Llegamos a una puerta, avancé directa a su pomo.

-Quieta.-Dijo Castiel, impidiéndome el paso.-Cuando abras esta puerta quiero que permanezcas en silencio y que no temas por lo que vayas a ver.

-No te prometo nada.-Dije.

Suspiró y abrió.

Dentro se encontraba una chica, sentada en un sillón, tenía los pelos alborotados y sucios y la ropa manchada de sangre.
Levantó la cabeza y dirigió su mirada a mí.

-Tu corazón late muy deprisa, siento su sangre siendo bombeada en tus arterias.-Dijo con una asquerosa voz.-Te asustas de mí, ¿Verdad?

-Si, me asusto, pero todos tenemos miedo alguna vez.-Dije acercándome a ella.

Castiel, alarmado, se puso a mi lado.
Los ojos de la chica comenzaron a irritarse, un tono rojizo alarmaba de ello.

-Tengo ganas de destrozarte, compañera, a ti y a tu amigo el desterrado.-Dijo ella.

-Lo se y también sé lo que eres.

-No es difícil saberlo.-Dijo mostrándome sus dientes de vampiro.

Castiel nos miró a las dos y, alarmado, me echó hacia atrás.

-Podrías destrozarnos si quisieras pero, en el caso de que lo hagas, acabarías con la vida de dos personas que pueden ayudarte con...tu pequeño problema, me entiendes, ¿Verdad?.-Dijo él, señalando los colmillos de vampiro de la chica.

A esta se le calmó el rostro, sus ojos dejaron de estar irritados y miró al ángel.

-No me mientas.-Dijo ella.

-No lo hago. Si nos dices como has llegado hasta este mundo, hasta el cielo del Olympus, te ayudaremos.-Dijo Castiel.

El vampiro nos miró con desconfianza.
-Se hacen llamar los hombres de negro...eran...como sombras, nos cogieron a mi hermana y a mí. Me golpearon y cuando me desperté estaba aquí, sin poder salir, con esa puerta por la que habéis entrado, cerrada.

El corazón se me puso en un puño, tenía la mala costumbre de sentir compasión por todos los seres dotados, como ella.

-¿Dónde esta tu hermana?.-Pregunté.

-No lo sé, no tengo ni idea.-Dijo ella mientras de sus ojos vidriosos comenzaban a salir lágrimas.

-¿Cuál es vuestro nombre?.-Volví a preguntar estrechando su mano para tranquilizarla.

-Me llamo Estela y mi hermana Bonnie, por favor, buscarla.

-Lo haremos, pero primero te sacaremos de aquí y ayudaremos a quitarte de encima esa maldición de ser un vampiro.-Dijo Castiel.

-¿Cómo sabíais que estaba aquí?

-Tengo el poder de ver muchas cosas.-Dijo él.

Rápidamente, Castiel cogió en brazos a la chica, agarró mi mano y de repente, volvimos a estar en el santuario del Olympus.
La tumbó sobre la gran cama de mi habitación y, con un gesto tan simple como el de tocarle la frente, todas sus heridas, se curaron.

-Celia, quédate con ella hasta que vuelva, no te preocupes, no hará daño mientras este en un sitio celestial.

-Castiel, no tardes, no quiero que me vean con un vampiro.-Dije, asustada.

-Confía en mí.

Desapareció como hizo la última vez que lo vi.



-Chica..-Dijo Estela.

-Dime.

-Una de esas sombras susurró antes de golpearme que tuviera cuidado.-Hizo una pausa.- Que tuviera cuidado con los siete pecados capitales.

















jueves, 11 de agosto de 2016

Capitulo 6

HUGO

Había algo que odiaba mucho más que ser un esclavo del Demonio y eso era relacionarme con mujeres.
No hay una persona en este maldito mundo que le tenga más miedo a su sexo opuesto que yo mismo.
Es un temor que tengo desde pequeño, ¿Qué mujer podría fijarse en algo tan asqueroso como yo? ¿Qué mujer aprenderá o podrá amar a un hombre que mata por gusto? Si el amor existiera y eso es algo que veo muy negro, sería el último en el mundo en enamorarse.

A parte, ¿El amor? El amor es un concepto que queda en el aire, todo el que dice que "ama" miente, pues ni yo puedo saber cuál es la emoción que recorre mi cuerpo en cada momento, como para adivinar que es amor aquello que podría estar sintiendo.

Era una chica diferente, diferente a mi hermana, diferente a mi madre. 
Se podía leer en sus ojos que era tímida y que nunca había puesto un pie fuera de su casa. 
Transmitía confusión.
Joder, que cara de estúpida tenía, puede que por eso nunca me haya querido acercar a las mujeres, todas deberán de ser igual de estúpidas que ella.
Respiré hondo, conté hasta tres y saqué a relucir una de mis falsas pero preciosas sonrisas de ángel.

-Estarás cansada, te llevaré a una habitación y descansaras.-Dije sin dejar de sonreír.

Ella negó con la cabeza.
-No lo estoy, ahora que he conseguido salir de ese cuarto, me gustaría poder visitar alguna cosa.-Dijo.

¿Visitas? ¿Qué quería que le enseñara aquí abajo? ¿Al Demonio? ¿A los miles de demonios? ¿Le daba una vuelta por los pasillos del infierno para que chocará los cincos con todos los muertos?

-Aquí no hay nada que ver, es el infierno.-Dije.

-Seguro que sí hay cosas.-Sonrió.


-O te vas a dormir o te duermo yo.-Dije tranquilamente.

La chica tragó saliva y callada me siguió hasta su cuarto, donde la dejé de un empujón.

-Que duermas bien niña.
-¿Te vas?.-Dijo confusa.
-No, me quedo para cantarte una nana.-Dije sarcásticamente y cerré de un portazo la puerta.

Todo esto de encargarme de la chica eran órdenes del Demonio y prefería mil veces matar a alguien antes que ocuparme de semejante mierda de persona. Era tan tonta que no sabía ni utilizar sus poderes para defenderse.
Le quedaba mucho por aprender y seguro que yo tendría que ser el "profesor" que le enseñará.

Cuanto más me acercaba a la gran sala de reuniones, más me temblaban las piernas y más respeto sentía, pues sabía que el siguiente trabajo que haría, sería bastante perturbador.
Lilith era un Demonio muy malo, él y mi jefe se dan la mano en cuanto a maldad se refiere.
Por otra parte, trabajar con alguien tan grande y tan respetado por todos, me satisfacía. 
Lo sé, a esto me refería con que a veces me convierto en algo tan odioso que ni yo mismo soy capaz de reconocer.

Cuando llegué a la gran sala, el mismo silencio incómodo y la misma oscuridad aterradora que me espera cuando entro al despacho, me invadió.
Pasaron unos minutos y empecé a escuchar otra respiración en el ambiente que no era la mía.

-¿Tú eres Hugo?.-Dijo una voz ronca y horrible que se ajustaba con aquella respiración.

-Si, tú eres Lilith.-Dije con confianza.

Las luces se encendieron y pude verle con más claridad.



-Joder, estás más guapo dentro del cuerpo de los niños.
Fueron palabras que se escaparon de mi boca pero me quedé satisfecho de decirlas.

-Ten más cuidado, recuerda que podría matarte si quisiera.-Dijo amenazante.

Se volvió a crear ese silencio una vez más. ¡Diablos! Odiaba los silencios incómodos y más cuando estaba con bichos como el que tenía delante, me daba respeto.

-Tenemos trabajo.-Dijo.

Entonces, con una pequeña toma de contacto entre su sangre y la mía, regresamos a la parte media de la tierra, donde los humanos, tan inocentes como todos, hacen una vida medianamente normal y los niños por las noches corren en busca de papá y mamá, por temor a que las bestias de la oscuridad los arrastren junto a ellos.

Cuando dejé de disfrutar de las vistas de la ciudad de Nueva York, una pequeña niña cogía mi mano.

-Hugo, debemos entrar en la casa.-Dijo ella.

-¿Lilith?

-Exacto Hugo, sé que ahora estoy más guapo.

Estaba situado ante una casa muy normal, mis pies se posaban en un felpudo que daba la bienvenida. Me paré a pensar lo gracioso que era el hecho de dar la bienvenida a un Demonio y un ángel.

Dentro del hogar había una familia, un padre echando leña al fuego para mantener calientes a su mujer y a sus hijos y una madre embarazada, reposando en un sillón mientras leía algún libro absurdo de fantasía.



-Se supone que tú eres la hija.

-Así es, chico.-Dijo Lilith.-Ya sabes lo que tienes que hacer.

Sonreí, mirando por las ventanas ya no había familia ante mis hijos, solo eran objetos que iban a dejar de tener lugar en este mundo.
Sentía ganas de entrar y matarlos a todos, matarlos con todas mis ganas sin importar el mancharme las manos con sus sangres.

Toqué el timbre.

La mujer abrió la puerta con mucho esfuerzo, se veía preciosa para arrancarle la piel despacio, pero debía tener paciencia.

-¡Joelle!.-Dijo la mujer contenta.

Miró a su hija a los ojos y la abrazó, mientras, esta se soltaba de mi mano.

-Perdone señora, la he encontrado perdida en la calle y la he traído de vuelta.-Dije, con una gran sonrisa falsa.

La mujer me miró y después miró a su barriga, mientras la frotaba con suavidad.
Volvió a posar sus ojos en mí.

-Muchas gracias muchacho, de verdad, muchas gracias.-Dijo ella.

-El problema es...que ahora soy yo el que se ha perdido, ¿Podría pasar un segundo para llamar a mi esposa? Seguro que ella me recogerá en un momento.-Dije.

La mujer dudó, se le notaba en la mirada su desconfianza hacia mí.

-¡Por fa mami! ¡Es muy simpático!.-Dijo Lilith.

Lilith sabía como ganarse la confianza de los humanos, era increíble y sorprenderte mirarlo hacer su trabajo.

-Cariño...-Dijo la mujer, dudando de nuevo.

-Déjalo pasar ahora mismo.

Esta vez, Lilith habló tranquilo pero amenazante y la madre miró a sus ojos, asustada, sabiendo que esa no era su hija.

Tras otro de esos silencios incómodos, me dejó pasar. 
Su marido, muy simpático, me acompañó hasta el teléfono.
Su simpatía me irritaba, era molesto.

Una vez cogido el teléfono, me lo puse en el oído imitando una falsa llamada.
El señor no paraba de mirarme con su gran y estúpida sonrisa.
Yo le contesté con otra y cuando volví a mirarle, él seguía sonriendo.

-Se acabó.-Dije.

Solté el teléfono en el suelo y lo pisé con el pie, haciéndolo añicos.
El señor dejó de sonreír para mirarme asustado.

Lo cogí por el cuello y se lo doblé, escuchando el sonido de sus huesos al romperse.
Mi cuerpo sintió un escalofrío gustoso.

Una vez muerto y en el suelo, cogí uno de los cuchillos de la cocina y se lo clavé en el pecho, volviendo a sentir ese escalofrío que recorría todas y cada una de las partes de mi cuerpo.

Levanté su cadáver y lo llevé hasta el baño más cercano, abrí la tapadera del váter y lo senté allí.




-Lo siento compañero, tu sonrisa me daba asco.-Dije

Cuando volví al salón, de la niña no quedaba más que sangre y órganos.
Lilith volvía a ser el mismo y estaba concentrado, concentrado mientras quitaba el alma del cuerpo inerte de la pequeña, engullendo su corazón, todavía bombeando las últimas gotas de sangre.
De fondo, solo se escuchaban los gritos ahogados de la madre, pues estaba contemplando toda la escena.

-Su marido sonríe como un asqueroso y usted chilla como una perra. Va siendo hora de que se calle señora, no aguanto a las mujeres que gritan.-Dije, tapándome los oídos.

-¡Señor, salve a mi pequeño! ¡Señor, salve a mi pequeño!.-Repetía mientras frotaba su barriga asustada.

-¡Te he dicho que no grites!

-¡Están locos!.-Gritó.

¿Cómo se atrevía a insultarme?  Era inútil tanto como quisiera chillar, iba a morir en aquel momento, en aquel día y nadie iba a impedirlo.

Solo bastó con que Lilith levantará la mano para que la mujer cayera al suelo sin poder moverse.

-Vamos a ver a esa criatura.-Dijo el Demonio.

Me miró y me dio a entender que los próximos pasos, los realizaría yo.
Limpié con mi camiseta el cuchillo que anteriormente había sido utilizado con el padre.
El escalofrío volvió a mí y, más ansioso que nunca, me tiré contra la mujer y rajé su barriga, desde el ombligo hasta su entrepierna.
Ella chillaba de dolor y eso sólo me producía placer para seguir con mi trabajo.

El niño asomó y Lilith lo cogió.



Cuando la madre dejó de respirar, el Demonio le quitó el alma.
Recuperé mi anterior personalidad, volvió a mí la persona que realmente merecía ser y no daba crédito a lo que mis ojos veían, la tenía enfrente  y aún así no me dio compasión hincar ese cuchillo.

Miré bien lo que había hecho y, en un mareo, mis ojos se nublaron y caí poco a poco a los pies del crimen que esa noche se había realizado en Nueva York, a manos de dos monstruos.

Desperté y me encontraba en mi sillón, en el infierno.
Lilith me miraba atentamente y cabreado, su cara me daba asco y miedo.

-¿Qué te ha pasado?.-Preguntó.

-¿Y tú me lo preguntas? ¡Pues no sé! ¡Quizá sea que acabamos de asesinar a una familia entera!.-Grité.

-Mientras los matabas no se te veía tan aterrado.

-Mira Lilith, no sé que me pasa, pero el día en que lo averigüe y deje de ser este ángel asqueroso y de servir al Diablo, te juro que acabaré contigo.-Dije muy amenazante.

Él río.

-¿Crees que me importa tu vida? ¿Crees me importa tu Diablo? No me importaría matarte a ti ni me importaría matar a cien más como tú.-Dijo tan tranquilo que asustaba.

Dichas sus palabras, salió de la habitación, sumergiéndose en la oscuridad de la que había venido.

Me levanté y le pegué una patada a la silla. 

La vida era una mierda y más si tocaba vivir una en la que tierra y cielo está en guerra. Tú, simplemente eres un muñeco, un muñeco manejado por el Diablo si eres como yo, o manejado por Dios si eres uno como yo, pero de alas blancas.

Salí de la habitación porque tenía hambre. Mientras andaba por el pasillo, comencé a oler a quemado.
Me quedé quieto y arqueé una ceja, desde el fondo se podía ver llamas saliendo de la habitación de la chica de lava.
Corrí y abrí la puerta, cogiendo un extintor y apagando todo el fuego.

Miré a la chica.

-¿Qué has quemado?.-Le pregunté furioso.

-Yo....yo..-Balbuceaba.

-¿Es que no sabes hablar? ¿Qué ha pasado?

-Un...un demonio llamado Jack apareció de repente a los pies de mi cama diciendo que tenía comida para mí. Lo...lo siento, me asusté mucho al verle.-Dijo llorando.

Puse los ojos en blanco.

-¿Puedes dejar de llorar? Me pone nervioso.

-Di...dijo que te esperaría en la gran sala.-Me dijo nerviosa.

-No salgas de aquí, ahora vuelvo.-Dije.

Cerré la puerta dejando el extintor al lado de esta por si acaso.
Cuando llegué a la sala, Jack me esperaba con media cara quemada.

-Hugo.

-Que guapo te han dejado.-Dije sarcásticamente.

-Hablaremos después de eso, acaban de atacar el lado norte del infierno.-Me dijo preocupado.

Abrí mucho los ojos.

-Quiénes.-Dije frío.

-Los ángeles blancos.-Me miró preocupado.

Rápidamente y furioso, salí de allí, en busca del portal para salir del infierno.
Una vez llegué al portal, comenzaron a sonar chillidos altísimos, más que chillidos, era como el sonido que se produce al rayar una pizarra. Eran horribles, los cristales del portal se rompieron en añicos y mi cabeza iba a explotar.
Me agaché y me cubrí con las manos para no hacerme daño en el impacto con los cristales.
Rabiando del dolor que producían esos chillidos en mis oídos, utilicé el portal y salí de nuevo del infierno.

Una vez fuera, un fuerte golpe en mi cabeza hizo que cayera inconsciente.


Cuando desperté, mi cuerpo estaba cansado y dolorido, como si cien camiones me hubieran arrollado y dos tipos muy extraños me miraban con cara de enfadados.




Estaba situado en un círculo en el que, a juzgar por la forma, el tamaño y los dibujos, era una trampa para demonios.
Suspiré y los miré.
¿Cómo puede ser que no se dieran cuenta de que no soy ningún Demonio?







-¿Ya estás despierto? Pequeño cabrón...-Dijo el más joven.

-Hemos visto lo que le has hecho a la familia Warrior, vas a pagar por ello, Lilith.-Dijo esta vez el más viejo.

-Me parece que os equivocáis de bicho, yo soy muy guapo como para que me confundáis con Lilith.

-No te hagas el gracioso hijo, soy cazador, me llamo John Winchester y también estoy viejo, pero no ciego.-Dijo el viejo.

-Oh si, John Winchester, he oído hablar de ti, buen trabajo el que hiciste con tus hijos...¿Cómo están?...ah, espera, los abandonaste.

-Ahora por fin vas a cerrar la boca.-Dijo el joven.-¿Sabes qué es esto que tengo en las manos? Es un exorcismo, lo voy a leer y para cuando haya terminado, tú, estarás muerto.

Reí.

-Adelante máquina, lee.-Dije y me acomodé en la silla.

Comenzó a leer las palabras en latín.



Para cuando él había terminado, yo seguía intacto y riéndome en la silla.

-¿Pero qué?.-Dijo John.

Aplaudí.

-Ha estado muy bien el espectáculo pero, he de irme.

Rápidamente me levanté de la silla y, mientras que el más joven de los dos cargaba una pistola, yo ya me había cargado a John Winchester con otro simple crujir de cuello.

-¿Quieres acabar como tu amigo?.-Miré al muchacho.

-Vuelve al infierno desgraciado.-Dijo apuntándome con la pistola.

Antes de que apretara el gatillo, una chica apareció, interponiéndose entre los dos.

-Jason para, no le hagas daño.-Dijo ella.

-Bonnie, vuelve al coche.

-Oh, Bonnie.-Dije mientras agarraba su brazo.-Estarías más bonita muerta.

La levanté como si fuera un saco y salí de allí corriendo. Cuando estuve lo suficientemente lejos, la llevé tras los conductos de ventilación de un bar y puse mis manos en su cuello.
Antes de torcerlo, ella mordió mi mano, dejando ver sus asquerosos dientes de vampiro.

-Joder.-Dije agarrando mi mano.

-Deja en paz a los cazadores.-Dijo ella, limpiando mi sangre de su boca.

Lleno de ira, me acerqué hasta su cuerpo e hinqué mi mano en su pecho, extrayendo su corazón. La chica cayó de rodillas al suelo y en ese momento, tiré de su cabeza y la arranqué de cuajo.

-Y tú déjame en paz a mi, perra.-Dije.

Tiré su cabeza a un lado y empecé a andar.
Cada vez estaba más cansado y dolorido tras todo el día que había llevado, hasta que, como si no fuera poco, los chillidos del portal se volvieron a repetir.
Esta vez, dieron paso a la aparición de un ser, un ser que parecía ser un ángel, pero de los blancos.
Me apuntó con su mano y, en ese mismo momento, mi cuerpo fue transportado hacia otro lugar, un lugar donde los silencios sepulcrares del infierno eran sustituidos por las tranquilas voces de seres ancestrales.



-Hugo.

-Celia.-Dije al ver a mi hermana.

-Mi Dios tiene algo que decirte.-Me respondió ella.