miércoles, 17 de agosto de 2016

Capitulo 7

Celia

Y allí estaba, allí lo tenía, a mi hermano. 
Sus ojos miraban a los míos pero sé que no veían a una hermana, sino a una enemiga.
Él ya no era mi hermano y ese fue nuestro destino, desde que madre nos hizo saber lo que realmente eramos. 
Nunca jamás pude pensar que llegaría a odiar a alguien aun llevando de mi sangre en sus venas; no lograba imaginar un mundo en el que se cultivara un odio tan grande como el que crece dentro de mi corazón. Cada vez que tenía delante a Hugo, por un momento me olvidaba de todo para concentrarme en lo que mis latidos decían y por cada centímetro de mi piel y entrañas, la palabra "mátalo" retumbaba haciéndome capaz de creer en aquello que cuentan de los dioses.
Hubo una vez un libro, un libro sagrado, el cual cayó en manos de mi padre, pues este me leía todas las noches que estaba en casa una página un tanto especial para él. En esa página se narra la historia de dos hermanos.
Uno de ellos rudo, fuerte, bestia, pero sobretodo buena persona, poco rencoroso y un gran rey querido. Sin embargo, el otro, tenía tanta envidia de su hermano, que esta logró convertirle en un ser despreciable. Su codicia y envidia, capaces de arrebatar la vida de cualquier persona, por tan solo conseguir el poder y prestigio que su hermano poseía.
Los dos acabaron sumidos en una guerra eterna y,desde entonces, los dioses del cielo y los dioses del infierno viven en una gran enemistad.
Hades, desterrado al infierno por Zeus, el cual armó un ejército por si algún día, el malvado rey de las cenizas deseara resucitar.

A veces, cuando veo a mi hermano, recuerdo esta historia e imagino que esos dos hermanos enfrentados somos nosotros...quizá por eso nuestro padre la leía.

Cuando logré calmar esa voz interior que me animaba a coger un cuchillo y rajar el cuello de Hugo, tiré de sus brazos, apresados por una fuerte cuerda y lo llevé hasta el Santuario.

Sin decir una palabra durante todo el camino, con una tensión palpable en el silencio, llegamos hasta el salón de reuniones.


Sin regalarle ni la más mínima respuesta, enredé su pelo en mi mano y tiré de su cabeza, arrastrándolo hasta el centro del salón. Lo solté y, en un discreto chillido de dolor, cayó al suelo.
Me retiré hacia un lado, mientras que el gratificante ruido celestial cada vez era más y más cercano.

-¿Me vais a castigar?.-Dijo mi hermano mirándome con total tranquilidad.

-Cállate.

-¿Van a castigarme los dioses? ¿Me van a decir que rece dos padre nuestros para limpiar mis pecados?.-Dijo.

Esbozó media sonrisa.

-Los dioses no pertenecen al cristianismo, los dioses no te van a mandar rezar dos padre nuestros pues. Pero puede que hagan algo peor Hugo.-Dije fría.

-Tú eres Cristiana.

-Mi corazón puede tener lugar para más de una creencia.

Nos miramos, otra vez con esa amenaza de muerte en los ojos de cada uno.

De repente, las puertas se abrieron y yo me arrodillé en una reverencia, posando mi vista hacia el suelo.
Una paz inundó mi alma, pues sabía de quien era la nueva presencia.

-Preciosa Celia.-Dijo Zeus.-No hace falta que te arrodilles ante mí.

Me levanté y, automáticamente, me hice a un lado y aguardé con ansia para ver cuál sería el castigo impuesto a mi hermano.
Hugo se encontraba en una cómoda postura, al igual que una persona tirada en su cama. Una de sus amplias y falsas sonrisas apuntaban a hacia mi Dios, mi Zeus.


-Zeus, amigo, deberías ir a dormir, no son horas para que un viejo ande rondando.-Dijo mi hermano.

Zeus, sin cambiar la expresión de su cara, dio dos pasos atrás y se sentó en su trono.

-He encontrado la casa de la familia Warrior algo abandonada,¿Verdad, Hugo?

-Si, los llevé de viaje a Diney World ayer.-Contestó vacilante.

-Al único sitio que los has llevado ha sido al infierno.-Dijo Zeus frío.

En el exterior, el cielo se nubló y un rayo dio su bienvenida alumbrando todo el salón.

Zeus estaba enfadado.

Hugo se levantó y, con su pequeña sonrisa, una sonrisa fría, se acercó desafiándolo cara a cara.

-La noche es una hora muy mala para que los dioses se paseen por templos sagrados, en la oscuridad se esconden horribles demonios, demonios que han aprendido a moverse por distintos mundos para destrozar a seres como tú.-Dijo.


Mi Dios en ningún momento mostró miedo y tampoco se levantó de su trono.
Yo, temiendo por si las cosas se ponían feas, saqué un cuchillo oculto en el bolsillo de mi chaqueta y esperé con atención.

-No creo en tus palabras, siervo del Diablo, ni creeré en ellas nunca.

-¿Sabes en qué no creo yo?.-Dijo Hugo, subiendo cada vez más el tono de voz.-No creo en Dioses de mierda que creen salvar a las personas de todos sus males y que creen poner equilibrio entre cielo, tierra, agua y fuego cuando lo único por lo que viven es para buscar la guerra,la venganza, la destrucción y la muerte en el infierno. ¡Vivís por y para vengaros! ¿De verdad piensas que voy a creer en Dioses estúpidos?

-Tienes derecho a elegir la forma en la que deseas morir.-Dijo Zeus todavía más frío.

Se levantó, quedando a la altura de mi hermano, el cual puso sus manos en su cuello.

Grité llena de odio y corrí hacia Hugo apuntándolo con mi cuchillo. 
Cuando estaba a pocos centímetros de su alcance, la luz del salón de reuniones, se apagó, dando paso a un gran e incómodo silencio sepulcral que enterró todos aquellos cantos celestiales.
En mitad de aquella oscuridad, solo podían verse dos brillantes esferas.
Cuando la luz se volvió a encender, un hombre se encontraba en medio del salón junto con mi hermano, el cual esbozaba una media sonrisa.
Al mirar los ojos de aquel hombre, sentí el mayor miedo del mundo y mi cuerpo sufrió un pequeño shock.







Zeus me apartó, acercándose a ese ser para detenerlo y, antes de poder tocarlo, se quedó inmóvil, como si lo hubieran clavado al suelo.

-Eddie Gluskin.-Dijo aquel ser.

-¿Es tu nombre?.-Pregunté llena de miedo.

Asintió.

-¿E...eres un demonio, Eddie?.-Volví a preguntar.

Asintió de nuevo.

-Los siete pecados capitales.-Dijo él.

Sin saber qué responder y clavada al suelo igual que Zeus, Eddie acercó su mano hacia mi barriga y la hincó en mi interior.
Él me miraba frío, con gusto en los ojos mientras que, de mi boca comenzó a salir sangre y sentí el horrible dolor de un hueso rompiéndose.

Retiró su mano, limpiando la sangre que en ella se hallaba, con la tela de su chaqueta.

Caí al suelo, sintiendo frío y dolor. Mis ojos borrosos no perdían de vista aquel demonio.

-Los siete pecados capitales.-Volvió a decir y, acto seguido, tocando a mi hermano, desapareció del salón.

Mi cuerpo estaba débil y, mientras mis ojos veían borrosos como Zeus se acercaba deprisa hacia mí, comencé a caer en un desmayo.



Desperté, delante mía estaba Castiel, mirándome atentamente, preocupado.
Miré a mi alrededor, estaba en aquel inmenso jardín al que me llevó la primera vez que lo vi.
Me reincorporé, puse mi mano en el estómago y de él no quedaba herida alguna.
Asombrada, miré al ángel a los ojos.

-¿Cómo lo has hecho?.-Pregunté.

-Antes de ser desterrado, Dios me dijo que conservaría mi gracia de ángel para que nunca se me olvidara el ser que soy y el ser que había servido y traicionado la libertad de Dios.

-Gracias Castiel.-Dije

Antes de levantarme, el ángel cogió mi mano y en ella dejó un pequeño y discreto brazalete con un símbolo que me resultaba familiar.




-¿Para qué es?

-Con él, los demonios no podrán acercarse a ti.-Dijo.

Me puse el brazalete.
Cada vez que miraba a Castiel a los ojos, me transmitía pureza, bondad y protección.

Con una sola sonrisa, él entendió que le agradecía toda su ayuda.

-He de enseñarte algo.-Dijo mientras me ofrecía su brazo para agarrarme a él.

Así lo hice y, en un ligero paseo, llegamos a una fosa subterránea.
El ángel seguía con un tono de preocupación y yo no entendí nada.
Me dijo que no me asustara y que mantuviera la calma cuando entráramos. 
Al hacerlo, volví a adentrarme en una máxima oscuridad y en un vomitivo olor a carne muerta.
Me agarré más a su brazo, asustada.

Llegamos a una puerta, avancé directa a su pomo.

-Quieta.-Dijo Castiel, impidiéndome el paso.-Cuando abras esta puerta quiero que permanezcas en silencio y que no temas por lo que vayas a ver.

-No te prometo nada.-Dije.

Suspiró y abrió.

Dentro se encontraba una chica, sentada en un sillón, tenía los pelos alborotados y sucios y la ropa manchada de sangre.
Levantó la cabeza y dirigió su mirada a mí.

-Tu corazón late muy deprisa, siento su sangre siendo bombeada en tus arterias.-Dijo con una asquerosa voz.-Te asustas de mí, ¿Verdad?

-Si, me asusto, pero todos tenemos miedo alguna vez.-Dije acercándome a ella.

Castiel, alarmado, se puso a mi lado.
Los ojos de la chica comenzaron a irritarse, un tono rojizo alarmaba de ello.

-Tengo ganas de destrozarte, compañera, a ti y a tu amigo el desterrado.-Dijo ella.

-Lo se y también sé lo que eres.

-No es difícil saberlo.-Dijo mostrándome sus dientes de vampiro.

Castiel nos miró a las dos y, alarmado, me echó hacia atrás.

-Podrías destrozarnos si quisieras pero, en el caso de que lo hagas, acabarías con la vida de dos personas que pueden ayudarte con...tu pequeño problema, me entiendes, ¿Verdad?.-Dijo él, señalando los colmillos de vampiro de la chica.

A esta se le calmó el rostro, sus ojos dejaron de estar irritados y miró al ángel.

-No me mientas.-Dijo ella.

-No lo hago. Si nos dices como has llegado hasta este mundo, hasta el cielo del Olympus, te ayudaremos.-Dijo Castiel.

El vampiro nos miró con desconfianza.
-Se hacen llamar los hombres de negro...eran...como sombras, nos cogieron a mi hermana y a mí. Me golpearon y cuando me desperté estaba aquí, sin poder salir, con esa puerta por la que habéis entrado, cerrada.

El corazón se me puso en un puño, tenía la mala costumbre de sentir compasión por todos los seres dotados, como ella.

-¿Dónde esta tu hermana?.-Pregunté.

-No lo sé, no tengo ni idea.-Dijo ella mientras de sus ojos vidriosos comenzaban a salir lágrimas.

-¿Cuál es vuestro nombre?.-Volví a preguntar estrechando su mano para tranquilizarla.

-Me llamo Estela y mi hermana Bonnie, por favor, buscarla.

-Lo haremos, pero primero te sacaremos de aquí y ayudaremos a quitarte de encima esa maldición de ser un vampiro.-Dijo Castiel.

-¿Cómo sabíais que estaba aquí?

-Tengo el poder de ver muchas cosas.-Dijo él.

Rápidamente, Castiel cogió en brazos a la chica, agarró mi mano y de repente, volvimos a estar en el santuario del Olympus.
La tumbó sobre la gran cama de mi habitación y, con un gesto tan simple como el de tocarle la frente, todas sus heridas, se curaron.

-Celia, quédate con ella hasta que vuelva, no te preocupes, no hará daño mientras este en un sitio celestial.

-Castiel, no tardes, no quiero que me vean con un vampiro.-Dije, asustada.

-Confía en mí.

Desapareció como hizo la última vez que lo vi.



-Chica..-Dijo Estela.

-Dime.

-Una de esas sombras susurró antes de golpearme que tuviera cuidado.-Hizo una pausa.- Que tuviera cuidado con los siete pecados capitales.

















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