miércoles, 17 de agosto de 2016

Capitulo 7

Celia

Y allí estaba, allí lo tenía, a mi hermano. 
Sus ojos miraban a los míos pero sé que no veían a una hermana, sino a una enemiga.
Él ya no era mi hermano y ese fue nuestro destino, desde que madre nos hizo saber lo que realmente eramos. 
Nunca jamás pude pensar que llegaría a odiar a alguien aun llevando de mi sangre en sus venas; no lograba imaginar un mundo en el que se cultivara un odio tan grande como el que crece dentro de mi corazón. Cada vez que tenía delante a Hugo, por un momento me olvidaba de todo para concentrarme en lo que mis latidos decían y por cada centímetro de mi piel y entrañas, la palabra "mátalo" retumbaba haciéndome capaz de creer en aquello que cuentan de los dioses.
Hubo una vez un libro, un libro sagrado, el cual cayó en manos de mi padre, pues este me leía todas las noches que estaba en casa una página un tanto especial para él. En esa página se narra la historia de dos hermanos.
Uno de ellos rudo, fuerte, bestia, pero sobretodo buena persona, poco rencoroso y un gran rey querido. Sin embargo, el otro, tenía tanta envidia de su hermano, que esta logró convertirle en un ser despreciable. Su codicia y envidia, capaces de arrebatar la vida de cualquier persona, por tan solo conseguir el poder y prestigio que su hermano poseía.
Los dos acabaron sumidos en una guerra eterna y,desde entonces, los dioses del cielo y los dioses del infierno viven en una gran enemistad.
Hades, desterrado al infierno por Zeus, el cual armó un ejército por si algún día, el malvado rey de las cenizas deseara resucitar.

A veces, cuando veo a mi hermano, recuerdo esta historia e imagino que esos dos hermanos enfrentados somos nosotros...quizá por eso nuestro padre la leía.

Cuando logré calmar esa voz interior que me animaba a coger un cuchillo y rajar el cuello de Hugo, tiré de sus brazos, apresados por una fuerte cuerda y lo llevé hasta el Santuario.

Sin decir una palabra durante todo el camino, con una tensión palpable en el silencio, llegamos hasta el salón de reuniones.


Sin regalarle ni la más mínima respuesta, enredé su pelo en mi mano y tiré de su cabeza, arrastrándolo hasta el centro del salón. Lo solté y, en un discreto chillido de dolor, cayó al suelo.
Me retiré hacia un lado, mientras que el gratificante ruido celestial cada vez era más y más cercano.

-¿Me vais a castigar?.-Dijo mi hermano mirándome con total tranquilidad.

-Cállate.

-¿Van a castigarme los dioses? ¿Me van a decir que rece dos padre nuestros para limpiar mis pecados?.-Dijo.

Esbozó media sonrisa.

-Los dioses no pertenecen al cristianismo, los dioses no te van a mandar rezar dos padre nuestros pues. Pero puede que hagan algo peor Hugo.-Dije fría.

-Tú eres Cristiana.

-Mi corazón puede tener lugar para más de una creencia.

Nos miramos, otra vez con esa amenaza de muerte en los ojos de cada uno.

De repente, las puertas se abrieron y yo me arrodillé en una reverencia, posando mi vista hacia el suelo.
Una paz inundó mi alma, pues sabía de quien era la nueva presencia.

-Preciosa Celia.-Dijo Zeus.-No hace falta que te arrodilles ante mí.

Me levanté y, automáticamente, me hice a un lado y aguardé con ansia para ver cuál sería el castigo impuesto a mi hermano.
Hugo se encontraba en una cómoda postura, al igual que una persona tirada en su cama. Una de sus amplias y falsas sonrisas apuntaban a hacia mi Dios, mi Zeus.


-Zeus, amigo, deberías ir a dormir, no son horas para que un viejo ande rondando.-Dijo mi hermano.

Zeus, sin cambiar la expresión de su cara, dio dos pasos atrás y se sentó en su trono.

-He encontrado la casa de la familia Warrior algo abandonada,¿Verdad, Hugo?

-Si, los llevé de viaje a Diney World ayer.-Contestó vacilante.

-Al único sitio que los has llevado ha sido al infierno.-Dijo Zeus frío.

En el exterior, el cielo se nubló y un rayo dio su bienvenida alumbrando todo el salón.

Zeus estaba enfadado.

Hugo se levantó y, con su pequeña sonrisa, una sonrisa fría, se acercó desafiándolo cara a cara.

-La noche es una hora muy mala para que los dioses se paseen por templos sagrados, en la oscuridad se esconden horribles demonios, demonios que han aprendido a moverse por distintos mundos para destrozar a seres como tú.-Dijo.


Mi Dios en ningún momento mostró miedo y tampoco se levantó de su trono.
Yo, temiendo por si las cosas se ponían feas, saqué un cuchillo oculto en el bolsillo de mi chaqueta y esperé con atención.

-No creo en tus palabras, siervo del Diablo, ni creeré en ellas nunca.

-¿Sabes en qué no creo yo?.-Dijo Hugo, subiendo cada vez más el tono de voz.-No creo en Dioses de mierda que creen salvar a las personas de todos sus males y que creen poner equilibrio entre cielo, tierra, agua y fuego cuando lo único por lo que viven es para buscar la guerra,la venganza, la destrucción y la muerte en el infierno. ¡Vivís por y para vengaros! ¿De verdad piensas que voy a creer en Dioses estúpidos?

-Tienes derecho a elegir la forma en la que deseas morir.-Dijo Zeus todavía más frío.

Se levantó, quedando a la altura de mi hermano, el cual puso sus manos en su cuello.

Grité llena de odio y corrí hacia Hugo apuntándolo con mi cuchillo. 
Cuando estaba a pocos centímetros de su alcance, la luz del salón de reuniones, se apagó, dando paso a un gran e incómodo silencio sepulcral que enterró todos aquellos cantos celestiales.
En mitad de aquella oscuridad, solo podían verse dos brillantes esferas.
Cuando la luz se volvió a encender, un hombre se encontraba en medio del salón junto con mi hermano, el cual esbozaba una media sonrisa.
Al mirar los ojos de aquel hombre, sentí el mayor miedo del mundo y mi cuerpo sufrió un pequeño shock.







Zeus me apartó, acercándose a ese ser para detenerlo y, antes de poder tocarlo, se quedó inmóvil, como si lo hubieran clavado al suelo.

-Eddie Gluskin.-Dijo aquel ser.

-¿Es tu nombre?.-Pregunté llena de miedo.

Asintió.

-¿E...eres un demonio, Eddie?.-Volví a preguntar.

Asintió de nuevo.

-Los siete pecados capitales.-Dijo él.

Sin saber qué responder y clavada al suelo igual que Zeus, Eddie acercó su mano hacia mi barriga y la hincó en mi interior.
Él me miraba frío, con gusto en los ojos mientras que, de mi boca comenzó a salir sangre y sentí el horrible dolor de un hueso rompiéndose.

Retiró su mano, limpiando la sangre que en ella se hallaba, con la tela de su chaqueta.

Caí al suelo, sintiendo frío y dolor. Mis ojos borrosos no perdían de vista aquel demonio.

-Los siete pecados capitales.-Volvió a decir y, acto seguido, tocando a mi hermano, desapareció del salón.

Mi cuerpo estaba débil y, mientras mis ojos veían borrosos como Zeus se acercaba deprisa hacia mí, comencé a caer en un desmayo.



Desperté, delante mía estaba Castiel, mirándome atentamente, preocupado.
Miré a mi alrededor, estaba en aquel inmenso jardín al que me llevó la primera vez que lo vi.
Me reincorporé, puse mi mano en el estómago y de él no quedaba herida alguna.
Asombrada, miré al ángel a los ojos.

-¿Cómo lo has hecho?.-Pregunté.

-Antes de ser desterrado, Dios me dijo que conservaría mi gracia de ángel para que nunca se me olvidara el ser que soy y el ser que había servido y traicionado la libertad de Dios.

-Gracias Castiel.-Dije

Antes de levantarme, el ángel cogió mi mano y en ella dejó un pequeño y discreto brazalete con un símbolo que me resultaba familiar.




-¿Para qué es?

-Con él, los demonios no podrán acercarse a ti.-Dijo.

Me puse el brazalete.
Cada vez que miraba a Castiel a los ojos, me transmitía pureza, bondad y protección.

Con una sola sonrisa, él entendió que le agradecía toda su ayuda.

-He de enseñarte algo.-Dijo mientras me ofrecía su brazo para agarrarme a él.

Así lo hice y, en un ligero paseo, llegamos a una fosa subterránea.
El ángel seguía con un tono de preocupación y yo no entendí nada.
Me dijo que no me asustara y que mantuviera la calma cuando entráramos. 
Al hacerlo, volví a adentrarme en una máxima oscuridad y en un vomitivo olor a carne muerta.
Me agarré más a su brazo, asustada.

Llegamos a una puerta, avancé directa a su pomo.

-Quieta.-Dijo Castiel, impidiéndome el paso.-Cuando abras esta puerta quiero que permanezcas en silencio y que no temas por lo que vayas a ver.

-No te prometo nada.-Dije.

Suspiró y abrió.

Dentro se encontraba una chica, sentada en un sillón, tenía los pelos alborotados y sucios y la ropa manchada de sangre.
Levantó la cabeza y dirigió su mirada a mí.

-Tu corazón late muy deprisa, siento su sangre siendo bombeada en tus arterias.-Dijo con una asquerosa voz.-Te asustas de mí, ¿Verdad?

-Si, me asusto, pero todos tenemos miedo alguna vez.-Dije acercándome a ella.

Castiel, alarmado, se puso a mi lado.
Los ojos de la chica comenzaron a irritarse, un tono rojizo alarmaba de ello.

-Tengo ganas de destrozarte, compañera, a ti y a tu amigo el desterrado.-Dijo ella.

-Lo se y también sé lo que eres.

-No es difícil saberlo.-Dijo mostrándome sus dientes de vampiro.

Castiel nos miró a las dos y, alarmado, me echó hacia atrás.

-Podrías destrozarnos si quisieras pero, en el caso de que lo hagas, acabarías con la vida de dos personas que pueden ayudarte con...tu pequeño problema, me entiendes, ¿Verdad?.-Dijo él, señalando los colmillos de vampiro de la chica.

A esta se le calmó el rostro, sus ojos dejaron de estar irritados y miró al ángel.

-No me mientas.-Dijo ella.

-No lo hago. Si nos dices como has llegado hasta este mundo, hasta el cielo del Olympus, te ayudaremos.-Dijo Castiel.

El vampiro nos miró con desconfianza.
-Se hacen llamar los hombres de negro...eran...como sombras, nos cogieron a mi hermana y a mí. Me golpearon y cuando me desperté estaba aquí, sin poder salir, con esa puerta por la que habéis entrado, cerrada.

El corazón se me puso en un puño, tenía la mala costumbre de sentir compasión por todos los seres dotados, como ella.

-¿Dónde esta tu hermana?.-Pregunté.

-No lo sé, no tengo ni idea.-Dijo ella mientras de sus ojos vidriosos comenzaban a salir lágrimas.

-¿Cuál es vuestro nombre?.-Volví a preguntar estrechando su mano para tranquilizarla.

-Me llamo Estela y mi hermana Bonnie, por favor, buscarla.

-Lo haremos, pero primero te sacaremos de aquí y ayudaremos a quitarte de encima esa maldición de ser un vampiro.-Dijo Castiel.

-¿Cómo sabíais que estaba aquí?

-Tengo el poder de ver muchas cosas.-Dijo él.

Rápidamente, Castiel cogió en brazos a la chica, agarró mi mano y de repente, volvimos a estar en el santuario del Olympus.
La tumbó sobre la gran cama de mi habitación y, con un gesto tan simple como el de tocarle la frente, todas sus heridas, se curaron.

-Celia, quédate con ella hasta que vuelva, no te preocupes, no hará daño mientras este en un sitio celestial.

-Castiel, no tardes, no quiero que me vean con un vampiro.-Dije, asustada.

-Confía en mí.

Desapareció como hizo la última vez que lo vi.



-Chica..-Dijo Estela.

-Dime.

-Una de esas sombras susurró antes de golpearme que tuviera cuidado.-Hizo una pausa.- Que tuviera cuidado con los siete pecados capitales.

















jueves, 11 de agosto de 2016

Capitulo 6

HUGO

Había algo que odiaba mucho más que ser un esclavo del Demonio y eso era relacionarme con mujeres.
No hay una persona en este maldito mundo que le tenga más miedo a su sexo opuesto que yo mismo.
Es un temor que tengo desde pequeño, ¿Qué mujer podría fijarse en algo tan asqueroso como yo? ¿Qué mujer aprenderá o podrá amar a un hombre que mata por gusto? Si el amor existiera y eso es algo que veo muy negro, sería el último en el mundo en enamorarse.

A parte, ¿El amor? El amor es un concepto que queda en el aire, todo el que dice que "ama" miente, pues ni yo puedo saber cuál es la emoción que recorre mi cuerpo en cada momento, como para adivinar que es amor aquello que podría estar sintiendo.

Era una chica diferente, diferente a mi hermana, diferente a mi madre. 
Se podía leer en sus ojos que era tímida y que nunca había puesto un pie fuera de su casa. 
Transmitía confusión.
Joder, que cara de estúpida tenía, puede que por eso nunca me haya querido acercar a las mujeres, todas deberán de ser igual de estúpidas que ella.
Respiré hondo, conté hasta tres y saqué a relucir una de mis falsas pero preciosas sonrisas de ángel.

-Estarás cansada, te llevaré a una habitación y descansaras.-Dije sin dejar de sonreír.

Ella negó con la cabeza.
-No lo estoy, ahora que he conseguido salir de ese cuarto, me gustaría poder visitar alguna cosa.-Dijo.

¿Visitas? ¿Qué quería que le enseñara aquí abajo? ¿Al Demonio? ¿A los miles de demonios? ¿Le daba una vuelta por los pasillos del infierno para que chocará los cincos con todos los muertos?

-Aquí no hay nada que ver, es el infierno.-Dije.

-Seguro que sí hay cosas.-Sonrió.


-O te vas a dormir o te duermo yo.-Dije tranquilamente.

La chica tragó saliva y callada me siguió hasta su cuarto, donde la dejé de un empujón.

-Que duermas bien niña.
-¿Te vas?.-Dijo confusa.
-No, me quedo para cantarte una nana.-Dije sarcásticamente y cerré de un portazo la puerta.

Todo esto de encargarme de la chica eran órdenes del Demonio y prefería mil veces matar a alguien antes que ocuparme de semejante mierda de persona. Era tan tonta que no sabía ni utilizar sus poderes para defenderse.
Le quedaba mucho por aprender y seguro que yo tendría que ser el "profesor" que le enseñará.

Cuanto más me acercaba a la gran sala de reuniones, más me temblaban las piernas y más respeto sentía, pues sabía que el siguiente trabajo que haría, sería bastante perturbador.
Lilith era un Demonio muy malo, él y mi jefe se dan la mano en cuanto a maldad se refiere.
Por otra parte, trabajar con alguien tan grande y tan respetado por todos, me satisfacía. 
Lo sé, a esto me refería con que a veces me convierto en algo tan odioso que ni yo mismo soy capaz de reconocer.

Cuando llegué a la gran sala, el mismo silencio incómodo y la misma oscuridad aterradora que me espera cuando entro al despacho, me invadió.
Pasaron unos minutos y empecé a escuchar otra respiración en el ambiente que no era la mía.

-¿Tú eres Hugo?.-Dijo una voz ronca y horrible que se ajustaba con aquella respiración.

-Si, tú eres Lilith.-Dije con confianza.

Las luces se encendieron y pude verle con más claridad.



-Joder, estás más guapo dentro del cuerpo de los niños.
Fueron palabras que se escaparon de mi boca pero me quedé satisfecho de decirlas.

-Ten más cuidado, recuerda que podría matarte si quisiera.-Dijo amenazante.

Se volvió a crear ese silencio una vez más. ¡Diablos! Odiaba los silencios incómodos y más cuando estaba con bichos como el que tenía delante, me daba respeto.

-Tenemos trabajo.-Dijo.

Entonces, con una pequeña toma de contacto entre su sangre y la mía, regresamos a la parte media de la tierra, donde los humanos, tan inocentes como todos, hacen una vida medianamente normal y los niños por las noches corren en busca de papá y mamá, por temor a que las bestias de la oscuridad los arrastren junto a ellos.

Cuando dejé de disfrutar de las vistas de la ciudad de Nueva York, una pequeña niña cogía mi mano.

-Hugo, debemos entrar en la casa.-Dijo ella.

-¿Lilith?

-Exacto Hugo, sé que ahora estoy más guapo.

Estaba situado ante una casa muy normal, mis pies se posaban en un felpudo que daba la bienvenida. Me paré a pensar lo gracioso que era el hecho de dar la bienvenida a un Demonio y un ángel.

Dentro del hogar había una familia, un padre echando leña al fuego para mantener calientes a su mujer y a sus hijos y una madre embarazada, reposando en un sillón mientras leía algún libro absurdo de fantasía.



-Se supone que tú eres la hija.

-Así es, chico.-Dijo Lilith.-Ya sabes lo que tienes que hacer.

Sonreí, mirando por las ventanas ya no había familia ante mis hijos, solo eran objetos que iban a dejar de tener lugar en este mundo.
Sentía ganas de entrar y matarlos a todos, matarlos con todas mis ganas sin importar el mancharme las manos con sus sangres.

Toqué el timbre.

La mujer abrió la puerta con mucho esfuerzo, se veía preciosa para arrancarle la piel despacio, pero debía tener paciencia.

-¡Joelle!.-Dijo la mujer contenta.

Miró a su hija a los ojos y la abrazó, mientras, esta se soltaba de mi mano.

-Perdone señora, la he encontrado perdida en la calle y la he traído de vuelta.-Dije, con una gran sonrisa falsa.

La mujer me miró y después miró a su barriga, mientras la frotaba con suavidad.
Volvió a posar sus ojos en mí.

-Muchas gracias muchacho, de verdad, muchas gracias.-Dijo ella.

-El problema es...que ahora soy yo el que se ha perdido, ¿Podría pasar un segundo para llamar a mi esposa? Seguro que ella me recogerá en un momento.-Dije.

La mujer dudó, se le notaba en la mirada su desconfianza hacia mí.

-¡Por fa mami! ¡Es muy simpático!.-Dijo Lilith.

Lilith sabía como ganarse la confianza de los humanos, era increíble y sorprenderte mirarlo hacer su trabajo.

-Cariño...-Dijo la mujer, dudando de nuevo.

-Déjalo pasar ahora mismo.

Esta vez, Lilith habló tranquilo pero amenazante y la madre miró a sus ojos, asustada, sabiendo que esa no era su hija.

Tras otro de esos silencios incómodos, me dejó pasar. 
Su marido, muy simpático, me acompañó hasta el teléfono.
Su simpatía me irritaba, era molesto.

Una vez cogido el teléfono, me lo puse en el oído imitando una falsa llamada.
El señor no paraba de mirarme con su gran y estúpida sonrisa.
Yo le contesté con otra y cuando volví a mirarle, él seguía sonriendo.

-Se acabó.-Dije.

Solté el teléfono en el suelo y lo pisé con el pie, haciéndolo añicos.
El señor dejó de sonreír para mirarme asustado.

Lo cogí por el cuello y se lo doblé, escuchando el sonido de sus huesos al romperse.
Mi cuerpo sintió un escalofrío gustoso.

Una vez muerto y en el suelo, cogí uno de los cuchillos de la cocina y se lo clavé en el pecho, volviendo a sentir ese escalofrío que recorría todas y cada una de las partes de mi cuerpo.

Levanté su cadáver y lo llevé hasta el baño más cercano, abrí la tapadera del váter y lo senté allí.




-Lo siento compañero, tu sonrisa me daba asco.-Dije

Cuando volví al salón, de la niña no quedaba más que sangre y órganos.
Lilith volvía a ser el mismo y estaba concentrado, concentrado mientras quitaba el alma del cuerpo inerte de la pequeña, engullendo su corazón, todavía bombeando las últimas gotas de sangre.
De fondo, solo se escuchaban los gritos ahogados de la madre, pues estaba contemplando toda la escena.

-Su marido sonríe como un asqueroso y usted chilla como una perra. Va siendo hora de que se calle señora, no aguanto a las mujeres que gritan.-Dije, tapándome los oídos.

-¡Señor, salve a mi pequeño! ¡Señor, salve a mi pequeño!.-Repetía mientras frotaba su barriga asustada.

-¡Te he dicho que no grites!

-¡Están locos!.-Gritó.

¿Cómo se atrevía a insultarme?  Era inútil tanto como quisiera chillar, iba a morir en aquel momento, en aquel día y nadie iba a impedirlo.

Solo bastó con que Lilith levantará la mano para que la mujer cayera al suelo sin poder moverse.

-Vamos a ver a esa criatura.-Dijo el Demonio.

Me miró y me dio a entender que los próximos pasos, los realizaría yo.
Limpié con mi camiseta el cuchillo que anteriormente había sido utilizado con el padre.
El escalofrío volvió a mí y, más ansioso que nunca, me tiré contra la mujer y rajé su barriga, desde el ombligo hasta su entrepierna.
Ella chillaba de dolor y eso sólo me producía placer para seguir con mi trabajo.

El niño asomó y Lilith lo cogió.



Cuando la madre dejó de respirar, el Demonio le quitó el alma.
Recuperé mi anterior personalidad, volvió a mí la persona que realmente merecía ser y no daba crédito a lo que mis ojos veían, la tenía enfrente  y aún así no me dio compasión hincar ese cuchillo.

Miré bien lo que había hecho y, en un mareo, mis ojos se nublaron y caí poco a poco a los pies del crimen que esa noche se había realizado en Nueva York, a manos de dos monstruos.

Desperté y me encontraba en mi sillón, en el infierno.
Lilith me miraba atentamente y cabreado, su cara me daba asco y miedo.

-¿Qué te ha pasado?.-Preguntó.

-¿Y tú me lo preguntas? ¡Pues no sé! ¡Quizá sea que acabamos de asesinar a una familia entera!.-Grité.

-Mientras los matabas no se te veía tan aterrado.

-Mira Lilith, no sé que me pasa, pero el día en que lo averigüe y deje de ser este ángel asqueroso y de servir al Diablo, te juro que acabaré contigo.-Dije muy amenazante.

Él río.

-¿Crees que me importa tu vida? ¿Crees me importa tu Diablo? No me importaría matarte a ti ni me importaría matar a cien más como tú.-Dijo tan tranquilo que asustaba.

Dichas sus palabras, salió de la habitación, sumergiéndose en la oscuridad de la que había venido.

Me levanté y le pegué una patada a la silla. 

La vida era una mierda y más si tocaba vivir una en la que tierra y cielo está en guerra. Tú, simplemente eres un muñeco, un muñeco manejado por el Diablo si eres como yo, o manejado por Dios si eres uno como yo, pero de alas blancas.

Salí de la habitación porque tenía hambre. Mientras andaba por el pasillo, comencé a oler a quemado.
Me quedé quieto y arqueé una ceja, desde el fondo se podía ver llamas saliendo de la habitación de la chica de lava.
Corrí y abrí la puerta, cogiendo un extintor y apagando todo el fuego.

Miré a la chica.

-¿Qué has quemado?.-Le pregunté furioso.

-Yo....yo..-Balbuceaba.

-¿Es que no sabes hablar? ¿Qué ha pasado?

-Un...un demonio llamado Jack apareció de repente a los pies de mi cama diciendo que tenía comida para mí. Lo...lo siento, me asusté mucho al verle.-Dijo llorando.

Puse los ojos en blanco.

-¿Puedes dejar de llorar? Me pone nervioso.

-Di...dijo que te esperaría en la gran sala.-Me dijo nerviosa.

-No salgas de aquí, ahora vuelvo.-Dije.

Cerré la puerta dejando el extintor al lado de esta por si acaso.
Cuando llegué a la sala, Jack me esperaba con media cara quemada.

-Hugo.

-Que guapo te han dejado.-Dije sarcásticamente.

-Hablaremos después de eso, acaban de atacar el lado norte del infierno.-Me dijo preocupado.

Abrí mucho los ojos.

-Quiénes.-Dije frío.

-Los ángeles blancos.-Me miró preocupado.

Rápidamente y furioso, salí de allí, en busca del portal para salir del infierno.
Una vez llegué al portal, comenzaron a sonar chillidos altísimos, más que chillidos, era como el sonido que se produce al rayar una pizarra. Eran horribles, los cristales del portal se rompieron en añicos y mi cabeza iba a explotar.
Me agaché y me cubrí con las manos para no hacerme daño en el impacto con los cristales.
Rabiando del dolor que producían esos chillidos en mis oídos, utilicé el portal y salí de nuevo del infierno.

Una vez fuera, un fuerte golpe en mi cabeza hizo que cayera inconsciente.


Cuando desperté, mi cuerpo estaba cansado y dolorido, como si cien camiones me hubieran arrollado y dos tipos muy extraños me miraban con cara de enfadados.




Estaba situado en un círculo en el que, a juzgar por la forma, el tamaño y los dibujos, era una trampa para demonios.
Suspiré y los miré.
¿Cómo puede ser que no se dieran cuenta de que no soy ningún Demonio?







-¿Ya estás despierto? Pequeño cabrón...-Dijo el más joven.

-Hemos visto lo que le has hecho a la familia Warrior, vas a pagar por ello, Lilith.-Dijo esta vez el más viejo.

-Me parece que os equivocáis de bicho, yo soy muy guapo como para que me confundáis con Lilith.

-No te hagas el gracioso hijo, soy cazador, me llamo John Winchester y también estoy viejo, pero no ciego.-Dijo el viejo.

-Oh si, John Winchester, he oído hablar de ti, buen trabajo el que hiciste con tus hijos...¿Cómo están?...ah, espera, los abandonaste.

-Ahora por fin vas a cerrar la boca.-Dijo el joven.-¿Sabes qué es esto que tengo en las manos? Es un exorcismo, lo voy a leer y para cuando haya terminado, tú, estarás muerto.

Reí.

-Adelante máquina, lee.-Dije y me acomodé en la silla.

Comenzó a leer las palabras en latín.



Para cuando él había terminado, yo seguía intacto y riéndome en la silla.

-¿Pero qué?.-Dijo John.

Aplaudí.

-Ha estado muy bien el espectáculo pero, he de irme.

Rápidamente me levanté de la silla y, mientras que el más joven de los dos cargaba una pistola, yo ya me había cargado a John Winchester con otro simple crujir de cuello.

-¿Quieres acabar como tu amigo?.-Miré al muchacho.

-Vuelve al infierno desgraciado.-Dijo apuntándome con la pistola.

Antes de que apretara el gatillo, una chica apareció, interponiéndose entre los dos.

-Jason para, no le hagas daño.-Dijo ella.

-Bonnie, vuelve al coche.

-Oh, Bonnie.-Dije mientras agarraba su brazo.-Estarías más bonita muerta.

La levanté como si fuera un saco y salí de allí corriendo. Cuando estuve lo suficientemente lejos, la llevé tras los conductos de ventilación de un bar y puse mis manos en su cuello.
Antes de torcerlo, ella mordió mi mano, dejando ver sus asquerosos dientes de vampiro.

-Joder.-Dije agarrando mi mano.

-Deja en paz a los cazadores.-Dijo ella, limpiando mi sangre de su boca.

Lleno de ira, me acerqué hasta su cuerpo e hinqué mi mano en su pecho, extrayendo su corazón. La chica cayó de rodillas al suelo y en ese momento, tiré de su cabeza y la arranqué de cuajo.

-Y tú déjame en paz a mi, perra.-Dije.

Tiré su cabeza a un lado y empecé a andar.
Cada vez estaba más cansado y dolorido tras todo el día que había llevado, hasta que, como si no fuera poco, los chillidos del portal se volvieron a repetir.
Esta vez, dieron paso a la aparición de un ser, un ser que parecía ser un ángel, pero de los blancos.
Me apuntó con su mano y, en ese mismo momento, mi cuerpo fue transportado hacia otro lugar, un lugar donde los silencios sepulcrares del infierno eran sustituidos por las tranquilas voces de seres ancestrales.



-Hugo.

-Celia.-Dije al ver a mi hermana.

-Mi Dios tiene algo que decirte.-Me respondió ella.