martes, 13 de septiembre de 2016

Capitulo 8

Ana


Cada vez que oía un grito o una explosión, me cubría las orejas y me metía debajo de la cama.
El plan era el de siempre, estar escondida en una habitación de nuevo, teniendo como única distracción, el sonido de la guerra que se libraba entre los dos bandos de ángeles.

La puerta se abrió y, desde mi perspectiva sólo pude ver dos piernas y el mango de una enorme hacha.
Mi susto fue tan grande que de mis manos comenzó a salir fuego.
Aquella persona, fijándose en la luz de mis llamas, volcó la cama con la misma fuerza de mil hombres.

-¡¿Qué quieres?!-Dije, apuntándolo con mis manos.

Sin contestar a mi pregunta, sacó una pequeña bolsa de su chaqueta y la lanzó hacia mi pecho.
En el impacto, esta se rompió y un polvo verde envolvió mi cuerpo, haciendo que las llamas se apagaran.

Sin dar crédito, transpiré asustada y me tiré encima suya, intentando atestar un puñetazo en su nariz.
El hombre, paró mi mano y tiró de ella, sacándome de aquel lugar.

-¡Suéltame!-Grité.

-¿Tú quieres salir del infierno?.-Preguntó serio.

Pensé dos segundos lo que había dicho.

-Si, ¡Por supuesto!

-Pues cállate y sígueme.

Obedecí algo desconcertada mientras él me llevaba a una especie de pasadizo. A nuestro paso, dejamos miles de cadáveres de demonios y ángeles que él mismo había matado con su hacha.
En la distancia me fijé en un cadáver que me resultaba familiar, al acercarme y mirarle el rostro, descubrí que era Jack, el mismo ángel negro que hacía un momento había entrado en mi cuarto.

-¿Quién eres?.-Miré a aquella persona asustada.

-Un hombre.-Dijo, mientras rebuscaba algo en su bolsillo.

-Un hombre que ha acabado con todo el infierno sin ayuda de nadie.-Dije angustiada.

Paró de buscar para mirarme.

-¿No te lo han contado verdad, niña?-Preguntó.


Negué con la cabeza.

-El infierno es como un rascacielos y tú solo has estado en el primer piso.-Dijo él.

Tragué saliva.

Cuando consiguió sacar de su bolsillo el objeto, observé como puso en sus dedos una especie de anillo y, al pronunciar unas palabras en un idioma que jamás había oído, una enorme puerta vieja y poderosa, se dibujó en la pared.

Miré perpleja la situación hasta que, la puerta misteriosa se abrió y aquel hombre tiró de mí para entrar por ella. Su increíble fuerza hizo que, sin poder evitarlo, entrara.
La puerta se cerró, enterrando los gritos de los demonios y ángeles que venían a por nosotros.

Recobré el aliento durante unos segundos, intentando recuperarme de todo lo que había pasado.
Cuando miré bien a mi alrededor, un enorme lago con grandes rocas que formaban una mesa en el centro de este, con una gran catarata, rodeada de miles de árboles, dieron paso a aquel hombre que, de una forma u de otra, me había sacado del infierno.

-Pero....¿Quién...quién eres?.-Pregunté embelesada por el hermoso lugar.

El hombre quitó el anillo de su dedo y la puerta por la que habíamos entrado, desapareció.
Me miró firme y con una pose robusta.

-Soy Odín, y esto es el Valhalla.





Me quedé parada, mirándolo de arriba a abajo y, tras unos segundos así, comencé a reírme, a reírme como una condenada.
Él sólo se limitó a mirarme extrañado.

-¿Dioses a mí? Por favor.-Continué riéndome.

-Tampoco creías en demonios hasta que hiciste un trato con uno de ellos.-Dijo firme.

La gracia se me quitó de repente.

Me acerqué a él y tiré de su hacha, acaricié sus vestimentas y tiré de su barba.

-Entonces... si tú eres Odín, deberá existir Zeus, Poseidon, Afrodita..etc.

 Asintió.

-Saldrán cuando deban de salir.-Dijo mientras me ofrecía asiento en la mesa de rocas.

Me senté, viendo como el agua del lago acogía mis pies.

Entonces pensé y dí unas palmadas seguidas de una gran idea.

-Sois dioses, sois más poderosos que nadie. ¡Podéis juntaros y acabar con esta guerra! ¿Verdad?.-Dije entusiasmada.

Noté en los ojos de mi acompañante que mi idea le causó repudio.

-Ya te he dicho que los dioses saldrán cuando deban de salir.-Respondió.

Me enfadé.

-Hay una guerra entre el cielo y el infierno, ¿No les parecen suficientes razones como para salir a luchar?.-Pregunté.

Odín comenzó a comer una diversa variedad de frutas que se encontraban en el centro de mesa.

-El cielo y el infierno no les pertenecen.-Dijo con la boca llena de comida.-Con lo cual no deben meterse en la guerra.

-¡¿No les pertenece?! ¡¿Y a Zeus?! Él es el Dios del cielo, controla los truenos, el viento y todas esas cosas.

-Sobre Zeus, hay algo que me gustaría comentarte de él..-Dijo, mascando una gran manzana.-¿Quieres fruta?

-No, gracias.

Comencé a escucharlo atentamente.

-Debes salir del infierno, ir hasta el Olympus y matarlo.-Dijo muy seguro y tranquilo.

Me atraganté con mi propia saliva. 

Con una expresión de asombro me digné a contestar.

-No.-Dije.

-El que está allí arriba no es Zeus querida, sólo el recipiente de un ángel desterrado. El verdadero Zeus está escondido, como todos los demás dioses.-Dijo.

-¿Y por qué tengo que ser yo? ¿Y cómo sabes eso? ¿Y por qué un ángel está suplantando la identidad de un Dios?-Pregunté.

-Haces demasiadas preguntas, Ana.

-Responde.-Dije.

-Tú sola irás encontrando las respuestas, poco a poco.-Dijo levantándose de la mesa y dirigiéndose hasta la catarata.

Me levanté y lo seguí.

-Oye, Odín, no es que no me guste la idea de subir al Olympus y parar al ángel malvado, pero...¿Puedes explicarme cómo voy yo a hacer eso sin que me maten?

Levantó las manos y el agua de la catarata se abrió, dejándonos paso para entrar en una honda y oscura cueva.

Me ofreció su mano para acompañarme hasta dentro.

La cogí. 

Al entrar, el agua volvió a cerrarse.

-Ana, tú eres fruto de un hechizo del que corres peligro.-Dijo firme.-Eres un muerto viviente, uno de los de verdad.

Lo miré mientras notaba que mi piel se iba emblanqueciendo con sus palabras.

-¿Por qué corro peligro?

-Porque todos los hechizos tienen su fecha de caducidad.-Dijo cogiendo mis manos.-Todos los muertos vivientes están destinados a levantarse de sus tumbas el día en el que se batalle la guerra entre el cielo y el infierno. Sus destinos consisten en mantenerse en el mundo de los vivos, causando la destrucción y la muerte de estos...sin servir ni al Diablo ni a Dios, solo sirven sus propios instintos.

Cada vez me sentía más aterrada.

-¿Qué instintos?.Pregunté.

-El hambre. Vas a convertirte en uno de esos monstruos Ana, cuando se realice la batalla final, cuando llegue el fin del mundo. Conforme los días pasen, iras notando esos cambios, esos instintos, esa hambre, y no lo vas a poder remediar.

-Joder, me lo podrías haber dicho antes.-Dije asustada.

-Soy Odín y mi trabajo es acoger a los guerreros que cayeron en combate, a ti deberé de acogerte, pero, antes de eso, quiero poder curar tu maldición.

-¿Puedes hacerlo?

-Puedo, pero de ti depende la decisión.

-Mi respuesta es si.-Contesté.

-Bien, como ya te he dicho, en el infierno hay distintos niveles y tú ahora mismo estás en el primero, el Purgatorio.-Dijo mientras en el agua se dibujaba un espejo.-El purgatorio es el recibidor, aquí es donde se hace la prueba definitiva al muerto para saber si entrará o no al infierno, poniéndolo ante una bestia; la cual puede devorarte o no. Si decide hacerlo, te mandan directo al infierno.




Volví a tragar saliva.

-Espera un momento, ¿Qué tiene que ver esto con mi hechizo?

-En el último nivel, hay alguien que me conoce y es un poderoso ser que podrá quitarte el hechizo.

-Querrá algo a cambio, aquí todos quieren algo a cambio.-Dije

Asintió.

-Querrá tus poderes.-Dijo mirando mis manos.

Las guardé en mis bolsillos como si estuviera escondiendo un arma letal y miré fijamente al Dios que me acompañaba.

-Sin el fuego no tendré defensa alguna.-Dije con un vacío en mis palabras.

-¿Prefieres morir?.-Preguntó.-Además, hiciste un pacto con Lucifer, él te dará poder cuando necesite de tu ayuda. 

-¿Crees que se enfadará por haber escapado?.-Pregunté.

-Ya está enfadado y habrá mandado a los ángeles negros para buscarte, por eso debes salir de aquí cuanto antes.-Puso su anillo en su dedo otra vez y posó sus manos en mis hombros. Volvió a pronunciar aquellas palabras en el idioma desconocido y de mi cuerpo volvió a emitirse aquel resplandor de luz roja que avisa de la llegada del fuego. Se apartó rápidamente de mí con un grito de dolor.-Por todos los dioses, quemas.

Miré atónita como sus manos quemadas, volvían a su estado natural con simplemente un poco de agua de la cascada.

-¿Por qué me has hecho esto?

-Porque necesito que veas algo.-Contestó.

Miré bien el agua, que mezclada con el fuego más caliente de mi cuerpo, creaba un reflejo que comunicaba con aquello que quisieras ver.

-Vale Timmy, debes de esconderte, aquí en el Olympus puede ser peligroso que te vean.

Era una chica rubia, tenía los ojos irritados y largos dientes, hablaba con la oscuridad de un armario, un armario que se hallaba en una habitación.

-¿Quién es?.-Pregunté sin quitar los ojos del reflejo.

-Es un vampiro, está aliada con los hombres de negro.-Respondió.

-¿Los hombres de negro?

-Así es, no puedo explicarte la historia de estos porque perderíamos más tiempo del que ya estamos perdiendo. Los hombres de negro le han dado órdenes que debe de cumplir allí en el Olympus. Están cargados de una mala energía, tanto es así que mis poderes no logran averiguar qué es lo que quieren del Olympus.-Dijo serio y a la vez preocupado.

-Y yo tengo que averiguarlo por ti, ¿Verdad?

Asintió.

-Pero...¿Cómo?.-Pregunté asustada.

-Cuando estés allí, sabrás cómo actuar, confía en mí.-Dijo él.

Se quitó el anillo del dedo y el reflejo del agua desapareció junto con el fuego de mi cuerpo.

-El tiempo se acaba, tu hechizo avanza.-Se giró, mirando la oscuridad de la cueva que había tras nosotros.-Debes partir ya.

-¿Iré sola?.-Dije transpirando nerviosa.-¡No viviré ni dos segundos!

-Te he dicho que tú sola sabrás lo que hacer en cada momento Ana.-Dijo mientras metía algo en mi bolsillo.-Cuando llegues al último nivel, enséñale esto al primero que veas, así sabrán que llegas de mi parte.

Me había dejado su anillo, el anillo que tan poderoso parecía.

Miré a Odín.

-Tengo miedo.

-Querida, todos tenemos miedo. Ahora vete, en cada nivel encontrarás tanto ayuda, como peligros, habrá trampas de las que tendrás que salir utilizando la inteligencia o la fuerza. Debes de ser lista y mirar atentamente todo mientras andes o, cuando menos te lo esperes podrás llevarte sorpresas. Podrás utilizar mi anillo pero solo una vez, piensa bien qué momento será el indicado para hacerlo.-Hizo una pausa para mirarme con seguridad, lo cual me transmitió calma y fuerza.

-Odín...-Balbuceé antes de que me cortará las palabras.

-Cuando consigas salir de aquí, mata al usurpador de cuerpos. Por favor, todos deberían respetar a los dioses. Mucha suerte Ana, nos veremos pronto.

De repente, desapareció, dejándome allí.

Me giré y miré la cueva, suspiré sabiendo que en ella empezaría mi viaje.


He estado, una eternidad encerrada en una habitación y ahora tenía que armar el valor suficiente como para descender todos los niveles del infierno y salir de aquí con vida.

Respiré hondo, conté hasta diez y comencé a andar.

Cuanto más me metía en la cueva, más oscuridad hallaba y un silencio sepulcral me acogía en un espantoso escalofrío.
Mi cuerpo comenzó iluminarse por el fuego que salía de mis manos, un fuego que ayudó a poner luz a esta infernal cueva.

Seguí andando y, de repente, el camino se cortaba, finalizaba. Intenté pensar en qué debería hacer, pero no se me ocurría nada.
No me quedó otra que dar la vuelta, pues quizá había otro camino del que yo no me había dado cuenta.
Al girarme, una pared de rocas que antes no estaba, se interponía en mi camino.
El pelo se me puso de punta e intenté calmarme y pensar una solución.

-Debe de ser aquí, así que piensa maldita cabeza.-Dije hablando conmigo misma.

Entonces me dí cuenta, en la pared misteriosa había dibujado un símbolo.



Lo miré atentamente, dándome cuenta de que las palabras que Odín pronunciaba cada vez que posaba su anillo en el dedo, eran muy parecidas a las que se hallaban a cada extremo del símbolo.

Algo en mi interior hizo que las pronunciara en voz alta y, de repente, el centro del símbolo se iluminó.

La cueva comenzó a temblar bajo mis pies. Aquel temblor era tan intenso que hizo perder mi estabilidad y caí sobre unas rocas.
La cueva empezó a desmoronarse, pequeñas piedras caían de todas partes y una de ellas, impactó en mi cabeza, produciendo que un chorro de sangre saliera propulsado a toda pastilla.

Me llevé una mano taponando la herida mientras refunfuñaba de dolor.
La sangre que empapaba el suelo, se mezcló entre las grietas de este.
Noté como la cueva se movía y un calor irritante que no era el de mi cuerpo, envolvía las rocas.

-¿Qué mierda has hecho ana?.-Dije agarrándome fuerte a la pared.

La cueva cesó de moverse y todo volvió a quedarse en aquel incómodo silencio.
Me limpié el chorro de sudor que corría por mis mejillas y me estabilicé.
Al girarme, la pared del símbolo había desaparecido y, un corto camino me llevaba hasta una puerta.



La abrí sin ningún esfuerzo, como si la misma puerta quisiera que la abriera.
Mi instinto me obligó a entrar o quizá no era el instinto, quizá también fuera la puerta.
Cuando crucé al otro lado, mis ojos no daban crédito a la imagen que vieron.



-Estupendo.-Dije sarcásticamente.

Cada cruce de ese laberinto tenía una oscuridad en la que de ninguna de las maneras quería adentrarme.

Por si fuera poco, la puerta ya no estaba.

No me quedaba otra, saqué una manzana de mi mochila, una manzana que le robé a Odín de la mesa del Valhalla.

Me armé de valor, le pegué un bocado y me adentré en el horrible laberinto.