jueves, 21 de junio de 2018

Capítulo 11

Celia


Aquel muchacho me miraba como si hubiera visto un fantasma.
Bajo sus pies se hallaba un rastro de sangre que provenía de una herida en su espalda. Cuando me detuve a contemplarle supe de inmediato que se trataba de un ángel negro al que se le estaban muriendo las alas.

-¿Por qué se mueren tus alas?-Pregunté curiosa.

-Porque tú estabas muerta.

Renegué.

-¿Yo?

-Si, tú.

-Que yo recuerde jamás he muerto.

Me observó aún más impresionado. Por su expresión no parecía tener muy claro ante quién se encontraba.

-Celia, acabas de resucitar de entre los muertos. Mira a tu alrededor, es un cementerio.

Tan pronto como me dí cuenta de que sus palabras eran ciertas, casi me vuelvo a morir del miedo que se apoderó de mi cuerpo.

-¿¡Pero cómo puede ser eso?!

-Alguien te asesinó.-Contestó frío, como si mi presencia no le agradara lo más mínimo.

-¿¡Quién?!

-No lo sé, investiga tú misma.

Se dio media vuelta y con un gesto de dolor desplegó sus negras alas, cada vez más descompuestas.
Antes de que emprendiera su vuelo y se marchara, agarré su pie y lo hice aterrizar de nuevo.

-¿Es que no piensas ayudarme?

Me volvió a mirar, esta vez de una forma espeluznante, como si de repente fuera a sacar un cuchillo para clavármelo en la cabeza.
Me estremecí.
Había algo en su aura que aunque no me diera buena espina, me maravillaba.

No sabía quién era, pero en cuanto clavé mis ojos en él supe que lo quería para mí, ansiosamente.

-¿Pero qué coño te pasa? ¿Has olvidado que eres mi hermana?

Di un paso atrás y tragué saliva cuando caí en la cuenta de que, nuevamente, me decía la verdad.

-Eso es imposible.

Suspiró, cansado de mí.

-Mira idiota te lo voy a resumir muy brevemente. Tú, antes de que te asesinaran vivías de lame culos de Zeus. Nosotros dos nos caemos como un jarro de agua fría. Pronto llegará el fin del mundo y una batalla en la que estamos destinados a enfrentarnos nos aguarda. Pues bien.-Se pasó la lengua por el labio para humedecerlo.-Hace unos días mientras dormías en tu lecho alguien cuyo nombre desconocemos te asesinó. Y ahora estás viva de nuevo. Fin, ¿Te ha gustado la historia?

-Y si tanto me odias, ¿Por qué me has devuelto a la vida?

-Haces muchas preguntas.

-¿Puedes contestarme a eso? Por favor.

-Si tú mueres, mis alas mueren.

Me quedé impresionada.

-Ahora lo entiendo todo, soy tú única fuente de vida y de poder. Sin tus malditas alas no eres nada ni nadie.

-Eres un ángel blanco, provienes del reino de los cielos. Yo, sin embargo, ángel negro proveniente del mismísimo infierno.  Es la única forma que tenemos de no matarnos el uno al otro hasta que no llegue nuestra hora. Un coñazo, lo sé. Pero así lo han querido nuestros creadores.

-Eres un gusano.

Se llevó las manos a la cabeza.

-¡Por Satán! No digas eso. Tú habrías hecho lo mismo.

-¿Revivir a un muerto por beneficio propio? No lo creo.

Soltó una pequeña carcajada.

-Di lo que quieras hermanita. Que yo me voy al lugar del que provengo, ya con mis alas sanándose. Mientras tú tienes un largo día por delante para intentar recordar quién cojones eres.

Intenté agarrarle para hundir mis dedos en sus ojos. Pero dio un paso atrás y agarró fuertemente mis manos.

-¿Qué intentas hacer?-Rió despreocupado.-Con esos pequeños dedos no puedes ni aplastar una mosca.

Lo miré fijamente, esperando que respondiera a lo que mis ojos estaban intentando decirle. Aunque en los suyos no veía sino oscuridad, pesadumbre y arrogancia.

Concluí la discusión al observar aquellas dos esferas verdes. Descubrí que tenía la razón, que yo habría hecho lo mismo y que nada sacaba de bueno intentando pelear más con él.
Así que cambié el juego y me introduje en el suyo.

Dejé de tensar el cuerpo y mis manos para que me sujetara como le diera la gana.

-Tienes razón...que tonta soy. ¿Qué gano llevándote la contraria? 

Jadeé y rocé mis "pequeños dedos" por su cuello.

Todo empezó a cambiar. Noté cómo su respiración relajada empezó a embravecerse. Lo volví a mirar y me contemplaba de otra manera...curioso, ultrajante. El manipulado ahora era él.

-¿Qué estás haciendo?-Preguntó acertando en mis intenciones.

-Si eres o no mi hermano me da igual. Total...no me acuerdo de nada.

Acerque mi rostro al suyo y de forma suave pero estimulante le besé.

Él, al principio se mostró enajenado, pero poco a poco fue uniéndose al beso por el mismo compás, hasta que me cogió por los muslos y me llevó a una grandiosa habitación sin despegar su boca de la mía.


En ese momento creí que no significaría nada. Pero cuando concluimos y él se fue sin decir ni una sola palabra, supe que todo estaba a punto de cambiar.







No hay comentarios:

Publicar un comentario